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Crisis y delincuencia, de la mano

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Lo leemos tomando un café mañanero y nos quedamos igual. Impávidos. El titular reza: «La Fiscalía constata el efecto de la crisis en el aumento de la delincuencia». Una frase que resume toda una memoria anual del fiscal superior de Andalucía. Sin embargo, no llegamos a ser conscientes del todo de la gravedad del asunto. Bien porque nuestro día a día no nos permite pararnos a analizar en profundidad según qué cosas, bien porque de forma inconsciente preferimos mirar para otro lado, que bastante tenemos con lo nuestro.

Lo cierto es que las cifras que arroja ese documento sobre el aumento de los delitos son escalofriantes. En Andalucía en general y en Cádiz en particular. Unos datos a bote pronto: en el último año ha aumentado de manera considerable el número de robos con fuerza y, por supuesto, los delitos relacionados con el narcotráfico. Tanto, que uno de cada cuatro detenidos en la provincia lo es por este último motivo. Y también ha subido notablemente la delincuencia relacionada con la construcción, aunque este problema tenía tanto o más auge durante los tiempos de bonanza.

Ahora, dice el fiscal, lo más habitual es el niñato que se quiere ganar unos miles de euros como busquimano, colaborando con las mafias de la droga, o la delincuencia habitual, que cada vez es más eso, habitual.

En estos últimos días hemos tenido ejemplos claros que nos tocan muy de cerca. La semana pasada robaron en tres chalés de Roche mientras sus dueños dormían. Y el pasado martes en dos pisos de Cádiz en plena hora de la siesta. Lo primero que nos imaginamos ante estas noticias es una banda de albanokosovares –con todos los respetos hacia los albanokosovares honrados, que los habrá, aunque nunca nos hablen de ellos en las noticias– armados hasta los dientes, con formación militar y la cara pintada de negro entrando en la casa y arramplando con todo lo que haya de valor. Pero nada más lejos de la realidad. Son ladrones de poca monta, de andar por casa, que llaman al telefonillo con insistencia, y si nadie les contesta, se cuelan en el piso abriendo la puerta con una tarjeta y en unos minutos se llevan todo lo que pueden.

Y esto no es más que el principio. Tal y como están las cosas, lo más probable es que el número de delitos siga creciendo. Y que se traslade a la calle. Tan pronto como las ayudas sociales se vayan acabando y haya personas que no tengan ningún tipo de ingreso para alimentar a su familia. Lo dice el fiscal. Y no le hacemos ni el más mínimo caso.

Un brazo a la basura

Y no se trata sólo de delincuencia por robos o narcotráfico. Esta semana hemos asistido a un hecho que refleja bien a las claras la realidad que nos rodea. El ejemplo quizá sea exagerado, una aberración, pero cierto como la vida misma. Ha ocurrido en Valencia. Dos hermanos regentan una panificadora. Uno de sus empleados ilegales les llama por teléfono para decirles que otro sin papeles se ha enganchado el brazo en una de las máquinas de la fábrica, al punto que se lo ha arrancado de cuajo. Ambos acuden raudos al lugar de los hechos, pero no para socorrerle, sino para arrojar la extremidad amputada a la basura, limpiar la sangre de la máquina y llamar a otro trabajador para que siga la producción. Así, tal como suena.

Estamos locos, en serio. Hemos entrado en una espiral en la que ya nada nos sorprende. Evidentemente sí nos repugna que haya alguien capaz de hacer algo así, de tener tan pocos escrúpulos. Pero apenas reparamos en el detalle de que Franns Melgar Vargas estuviera trabajando sin ningún tipo de papel. Obviamos que hay empresarios –o así se autodenominan ellos– que delinquen un día sí y otro también. No roban en una esquina ni trafican con droga, pero igualmente se saltan la ley a la torera. Usan mano de obra barata, casi esclava, y luego les tiran los brazos a la basura, cuando ya no les sirven. Les importan una mierda él y los miles de personas en su misma situación. Que mañana no tendrán para comer. Y robarán en un piso. Y los condenaremos. Justo antes de seguir mirando para otro lado, que bastante tenemos con lo nuestro.