Sociedad

Niza, su lugar de retiro ideal

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La creencia de que situarse en la periferia es perjudicial para la supervivencia de un artista se desmonta en el caso de Henri Matisse. Instalado definitivamente en Niza a partir de 1921, encontró allí el hábitat ideal para pintar sin distracciones. Aunque diría que habría sido capaz de pintar en cualquier otro sitio, lo cierto es la ciudad meditarránea le vino bien en su producción. Como ya hicieron Van Gogh, Gauguin, Cézanne o Monet, el pintor nacido en Le Cateau-Cambrésis, al norte de Francia, también optó por escapar del centro. A sus cincuenta años, tendría tiempo para pintar, y también para practicar sus aficiones favoritas: tocar el violín y remar.

En 1917, llegó a esta ciudad del sur, situada a más de 900 kilómetros de París, para reponerse de una bronquitis, y quedó prendado por el clima de la villa. «El mistral cazaba las nubes, hacía un tiempo magnífico... Cuando comprendí que cada mañana podría volver a ver esta luz no podía creer que tuviera tanta suerte. Decidí no abandonar Niza», dijo.

En 1938, se separó de su esposa, y se mudó al lujoso barrio residencial de Cimiez. En el que fuera Hôtel Régina, que acogió a la reina Victoria de Inglaterra, vivió Henri Matisse. Una vez el edificio fue transformado en apartamentos, el pintor compró dos y montó allí su residencia y atelier. Entre esas paredes, se rodearía de sus objetos vasos, muebles, telas y plantas que es posible reconocer en sus cuadros.

No muy lejos de su vivienda, se creó en 1963 el museo que lleva su nombre, que cuenta con un fondo formado por 68 pinturas, así como numerosos dibujos y esculturas.

Matisse dejó huella en Niza, donde murió un 3 de noviembre de 1954, pero también en la cercana localidad de Vence, a la que se trasladó provisionalmente durante la Segunda Guerra Mundial. Allí se volcó en el proyecto con el que culminaría su vida artística, la Capilla del Rosario.