JOSÉ MAZUELOS Obispo de la Diócesis de Asidonia-Jerez

La sonrisa ursaonense

El nuevo prelado de Jerez, nacido en Osuna hace 49 años, ha hecho gala de su cercanía y sencillez, así como de un carácter apacible y bondadoso

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Nacer el día de San Dionisio Areopagita parece tener un cierto significado cuando, cuarenta y nueve años después, entra en Jerez de la Frontera para hacerse cargo de su Iglesia diocesana. Pero no se equivoquen, no es una entrada que tenga nada que ver con aquella del Rey Sabio que, por coincidencia con aquel 9 de octubre, nos diera Patrón local en su día.

No, ni mucho menos. Ni lo es por la propia naturaleza de su ministerio pastoral ni tampoco, menos aún, se lo aseguro, por el carácter que evidencia este eclesiástico que ya me atreví a calificar de campechano no sin arriesgarme, como pueden ustedes imaginarse, a colocarle una etiqueta peligrosamente prematura.

Alguien dice, con todo, que ya irá sacando -tiempo al tiempo- el genio que este ursaonense (que ése es el gentilicio por el que se conoce a los hijos de su Osuna natal) lleva dentro, que haberlo haylo según parece. Dios dirá. Incluso él mismo avisaba, a éste que suscribe, cuando le hacía aquella primera entrevista y yo procedía, con cuidadosa generosidad, a ponderar lo bonancible de su trato.

Pero, a decir verdad, lo primero que sugiere la conversación inicial es un punto de retraimiento. Primera diferencia con aquél a quien sucede, monseñor Juan del Río, a quien ayer se le notaba un puntito de nostalgia. Me lo pareció a mí al menos.

Muy poco después se expande. Lo aseguro. Ocurría esta semana cuando, un paseo mañanero entre el Obispado y la radio, me lo descubría con la llaneza que le advertía cuando el pasado 20 de marzo era presentado tras el nombramiento del día anterior. «Don José, y este año no habrá duelo con el eterno rival, ¿no?», le preguntaba hace cuatro días, materializado el descenso del Betis y sabedor del sevillismo del que hace gala. Qué curioso, porque don Juan apuntaba al otro lugar del expectro futbolístico hispalense. Curioso. Pero don Juan ha ascendido, lejos de lo ocurrido a los verdiblancos.

«Pero me da pena, Gabriel», me respondía dándome un caramelo con el que, tanto él como yo, terminamos en los estudios de calle San Agustín. Y comprobando, de paso, ese xerecismo balconero que, apuntando otro duelo distinto a aquél que nos perderemos la próxima temporada en Primera, se esperaba que vistiera la ciudad de fiesta en este mismo fin de semana de la celebración del primer templo diocesano.

Un amigo me había dicho un par de días antes: «¿Has visto lo bonita que nos han puesto la Catedral para celebrar el ascenso?» Es un chiste que no me atreví a compartir con él, con don José, claro. Aunque creo que se reiría. Sí. Creo que le sale de suyo.

Su sonrisa, aún cuando como ayer llegó el momento de un inevitable cansancio tras tanto preparativo, es llegadiza, cercana, poco ensayada, nada impostada. Y el pastoreo que tiene por delante no tendrá en ella más que una buena embajadora. Y eso está muy bien. Todos lo ponderaban ayer durante la ceremonis y tras ella.

Tampoco hacemos mal negocio poniendo a un médico al frente de la Diócesis de Asidonia-Jerez. Aunque «son los males del espíritu los que más cura necesitan», como ya nos diera tiempo de escucharle cuando le escuchamos la primera vez. Tiene pinta de buen tipo y tipo de alguien sencillo. «Don Rafael con estudios», decía alguien amigo de las etiquetas fáciles. Y ésta lo es hasta más no poder.

Sea como fuere su impronta comienza a pastorearnos desde esa primera imagen eminentemente bonachona que, ahora que recibió la imposición de manos y del Evangelio, tras postrarse sobre alfombra limpia ante sus nuevos compañeros de episcopado y los anteriores del presbiterio, con el báculo en la mano y la mitra ya clavada en su frente, quizá pueda acompañar del tono que su autoridad le confiere.

Tiempo al tiempo. Ya llegarán otros gestos que, quizá, cobren la adustez de la responsabilidad. Serán facciones marcadas por el esfuerzo para seguir construyendo una Iglesia que quiso Del Río que dejara de ser «de campanario» algo que, sinceramente, creo que no terminó de conseguir. Hay que seguir trabajando. Y mucho. Créanme.

Y con todo no creo que pueda apartarse demasiado, el Mazuelos real, el que comenzamos a imaginar en su nuevo día a día, el que se empleará, a tiempo y a destiempo, de esas trazas que ya nos regala para comenzar su episcopado diocesano.

Ayer sábado mostraba ojos asustados -lo pareció por momentos-, talante abrumado ante la responsabilidad y en medio de tanta solemnidad desplegada, actitud de novio emocionado en una boda por amor. Asidonia-Jerez aguarda ahora sus desvelos. Y la sociedad jerezana y del resto de los pueblos de la Diócesis, los creyentes y también los que no lo son. Buen pastoreo, monseñor Mazuelos. Buena mano, don José.