ANÁLISIS

10 años tras el rumbo del Odyssey

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S uelen decir que los bilbaínos somos cabezones y que no es fácil que demos nuestro brazo a torcer cuando creemos que tenemos razón. Y, justamente, eso es lo que ha sucedido con el asunto Odyssey: desde 1999, cuando vimos su barco navegando sin control por nuestras aguas jurisdiccionales, en pleno Estrecho de Gibraltar, hasta la sentencia dictada por el juez Pizzo en Tampa, han pasado diez años de humillaciones, de descrédito, de falacias y bravuconadas por parte de unos tipos que sólo ven dinero en el patrimonio de la Humanidad. Esta sentencia modélica advertirá a otros cazapecios de que no es rentable invertir en estos asuntos, pues los jueces americanos ya no están por la labor de proteger tantas y tantas atrocidades cometidas por quienes sólo persiguen la recolección de tesoros y, al tiempo, destruyen valiosos vestigios históricos que podrían ayudarnos a conocer mejor cómo vivían y navegaban nuestros valientes antepasados.

En este caso he volcado toda mi alma. Volé a Tampa el martes con el corazón en un puño. Pero ayer, di saltos de alegría al leer la sentencia del juez Pizzo. Han sido diez años de esfuerzo, sinsabores y desvelos tras la pista de estos cazadores de tesoros. Nuestro pasado como navegantes, nuestro patrimonio, pueden descansar en paz.

Pipe Sarmiento es abogado y escritor de temas náuticos