Turistas en la Puerta de Brandenburgo mientras levantan las instalaciones para la fiesta del sesenta aniversario de la democracia en Alemania. / AFP
MUNDO

Alemania cumple sesenta años

Los germanos recuperan el patriotismo arrebatado por la Segunda Guerra Mundial para celebrar el aniversario de la reinstauración de la democracia

| CORRESPONSAL. BERLÍN Actualizado: Guardar
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Las cicatrices de la guerra ofrecían un panorama desolador cuando el embajador especial de EE UU, Averell Harriman, llegó a Alemania para iniciar el Plan Marshall, creado para evitar que el país derrotado sucumbiera a la miseria y al hambre. 3.600.000 hogares habían sido destruidos por las bombas aliadas, millones de personas vivían en refugios improvisados o en los sótanos de sus casas en ruinas y toda la población carecía de documentos para viajar al extranjero.

En una tarde de invierno de 1948, Harriman, acompañado por su traductor, el teniente Wernon Walters, visitó a una familia establecida entre los escombros de una vivienda de Essen. «Tras salir me pregunté en voz alta si volvería a ver una ciudad reconstruida. El señor Harrimnn me respondió: La verá y además muy pronto», explicó Walters en su libro de memorias En misión confidencial.

El paisaje estaba ocupado por una población que pasaba hambre y había sido despojada de todos sus derechos cívicos. El proceso de desnazificación seguía y la única esperanza era el incipiente éxito de la reforma monetaria a la que había dado vida el legendario Deutsche Mark. Aun así, Harriman, según relata Walters, estaba convencido de que un nuevo futuro aguardaba al país derrotado y destruido. «Me preguntó si me había fijado en lo que tenía en la mesa la familia que habíamos visitado. Un recipiente con flores, respondí. Entonces el señor Harriman me dijo en tono solemne: Personas que son capaces, en medio de semejante mar de escombros, de coger flores y ponerlas en su mesa, son también capaces de reconstruir todo lo demás».

Cuarenta y un años después, Wernon Walters, convertido en embajador, fue testigo de un acontecimiento histórico que puso fin a la odiosa división de Europa y a la Guerra Fría, el derrumbe del famoso Muro de Berlín y, más tarde, de la esperada unificación del país. «Sólo saldrá paz del suelo alemán» escribió el 3 de octubre de 1990 el entonces canciller Helmut Kohl. Ese día, el país dividido se unió en un abrazo fraterno. Berlín, otrora el estandarte de un poder desmesurado y fanático que llevó a Alemania a la guerra y la destrucción, recuperó el título de capital.

En sólo cuatro décadas, los germanos habían logrado reconstruir sus ciudades, convertirse en la primera potencia económica de Europa y volver a estar unidos. ¿Un milagro, un destino, o simplemente perseverancia? Más bien, el espectacular resultado de la política que impulsaron las potencias occidentales tras la contienda.

En el verano de 1948, Alemania estaba dividida de facto. En el Este, Stalin había logrado instalar los cimientos de la incipiente dictadura. En el Oeste, EE UU y sus aliados occidentales -Gran Bretaña y Francia- llegaron a la conclusión de que la mejor forma de impedir el avance del comunismo era propiciar la creación de un nuevo país, blindado a la influencia de Moscú e integrado en la comunidad de naciones democráticas.

La idea quedó plasmada en los Documentos de Francfort, donde los representantes de las fuerzas de ocupación estadounidense, británica y francesa expusieron las condiciones para dar vida a la nación que debía nacer de las ruinas del Tercer Reich. Un estado federal dotado de una Constitución democrática, que debía ser ratificada por referéndum en los once nuevos länder por mayoría absoluta.

El documento fue entregado el 1 de julio de 1948 a los presidentes de las regiones, quienes, después de deliberar durante diez días en Coblenza, sorprendieron a los gobernadores militares con una respuesta que nadie esperaba. Por temor a profundizar la división entre la zona ocupada por la Unión Soviética y el sector occidental, rechazaron la creación del nuevo país y, en cambio, pidieron una administración única para las tres zonas ocupadas.

La bronca

La decisión enfureció al general Cassius Clay, el poderoso gobernador militar estadounidense, quien culpó a los alemanes de desperdiciar una «oportunidad de oro» y los tachó de «cobardes». En una agitada reunión en la que participaron los cuatro presidentes de los länder ubicados en la zona bajo control americano, el general realizó la reprimenda más exitosa de la historia alemana. «Ustedes con su decisión, han ofendido a sus únicos amigos y salvadores, los americanos. Si nosotros no estuviéramos aquí, serían todos rusos», dijo. «Tienen sólo dos opciones: crear un nuevo Estado o seguir vegetando sin ningún derecho propio».

La bronca tuvo éxito y, en agosto de 1948, un grupo de expertos elaboró el primer borrador de una Ley Fundamental, que debía sentar las bases de la nación que estaba por nacer. Abandonaron la reunión con un documento para la posteridad en sus maletines. Entró en vigor el 23 de mayo de 1949, después de ser aprobada por el llamado Consejo Parlamentario. El ex canciller Konrad Adenauer, que había presidido los trabajos, proclamó que Alemania Occidental había nacido. «Es el día más alegre desde 1933».

Los legisladores dieron carácter transitorio a la Ley Fundamental, para dejar abierta la posibilidad de una futura unificación. En el artículo 146 recogieron que perdería «su vigencia en el momento en que el pueblo alemán, por libre decisión, promulgue una Constitución». Ocurrió el 3 de octubre de 1990.

Alemania celebra hoy con orgullo el sesenta aniversario de la entrada en vigor de la Ley Fundamental, calificada por la canciller, Angela Merkel, como la «mejor Constitución que ha tenido el país en toda su historia».