vuelta de hoja

Entre otras carencias

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Quizá al pesimismo debiéramos considerarlo como una pandemia. Su capacidad de propagación es enorme y sus consecuencias son anteriores al desdichado momento de haber contraído la enfermedad. Las denostadas encuestas preguntan a veces cosas que aclararían nuestra turbia vida colectiva: lástima que las respuestas no siempre sean inteligentes. Interrogados algunos españoles, tantos como para creer que la cantidad es «significativa», resulta que lo que echan más de menos no es el cariño de algunos de sus contemporáneos, ni la falta de tiempo, ni la salud, sino el dinero.

Todos tenemos muchas carencias, pero al parecer la más lamentable es la del dinero. Incluso para los que no tienen claro cuál puede ser su papel en el absurdo teatro del mundo, lo que más desasosiego les produce es no contar con el papel moneda.

Ni el amor contrariado, ni el afán de absoluto, ni la patológica ansiedad de ser otro, ni el miedo a la soledad o a una enfermedad larga y dolorosa, han determinado tantos suicidios como la falta del llamado vil metal. Sigue siendo la causa primera de las dimisiones irrevocables. El caso más sonoro último ha sido el de ese señor holandés que había perdido su trabajo y su casa y para mostrar su descontento estrelló su coche contra el autobús en el que viajaba la familia real, no sin antes haber matado a siete personas.

Es lo peor de los magnicidas: siempre se llevan por delante a inocentes. Suelen compensar ese error acabando con sus vidas, pero debieran invertir los términos: primero suicidarse y después pagarlo con los demás. La crisis o la gripe pueden hacernos caer en cama, pero jamás deben hacernos caer en la desesperación. Siempre hay que abrigar esperanzas, entre otras cosas porque está desnuda, la pobre.