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Cádiz virtual

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Parece que mentes más lúcidas que la mía o la suya –o más comprometidas socialmente– ya se han encargado de trazar el perfil del nuevo pobre español: parado de la construcción, casado con una mujer que limpia o cuida ancianos a tiempo parcial y con hijos en edad escolar. Nada nuevo bajo el sol de esta ciudad, dirá usted. Porque en una ciudad donde la mitad de los que aún trabajan lo hacen para la Administración Pública, y el resto lleva años malviviendo de subsidios, de echar horas en casas ajenas y de cuidar a los niños y a los abuelos de los que su horario funcionarial no les permite ocuparse, la peligrosa línea que divide a unos y a otros no fue nunca la vía del tren, ni el muro de un puente que no nos llevará a ninguna parte. Una ciudad que hace tiempo se acostumbró a que los días diez fueran días de cobro, a llenar la cesta de la compra en las parroquias y a que los Servicios Sociales se hicieran cargo de las facturas de la luz y el agua, no celebra el Día del Trabajo.

No se nota la crisis en Cádiz, decimos cuando no encontramos mesas libres en los bares, cuando vemos las calles llenas, cuando sigue habiendo colas en el Falla. Y no se nota porque llevamos mucho tiempo instalados en la virtualidad. Ya saben, virtualmente tenemos una casa en propiedad y realmente somos los nuevos pobres españoles. Como más de cuatro millones de españoles. Parados

Los caminos que trazamos para frenar el paro son, a veces, muy cortos. Para algunos partidos políticos sólo llegan desde la plaza de Fragela al Parque Genovés, cuando el tiempo lo permite. Y así nos va.

Pues nada, que celebren ustedes el próximo día 1 lo que quieran. Qué más da.