LOS LUGARES MARCADOS

La poesía y sus circunstan-cias

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En el artículo de la semana anterior, me permití, «arrimando el ascua a mi sardina», sugerirles que compraran un libro de poesía. No hubo espacio para razonar esa recomendación el martes pasado, pero de esta ocasión no les libra ni la santa caridad.

La poesía es un arte sostenible, que no caduca. Nos estremecen las quejas de amor de Safo, que llegan desde la Grecia del siglo VII a.C. como los versos más recientes de Caballero Bonald o de Cristina Peri Rossi. Las preguntas que se plantea, como las que proponen la filosofía o la teología, por ejemplo, son eternas y comunes a todo ser humano, en cualquier tiempo y latitud. Pero, al contrario que en otras disciplinas, en la poesía las respuestas corresponden a cada lector en cada momento. Así que podemos hablar de un «arte participativo.

La poesía es un género económico y rentable, aspecto no desdeñable en estos días de crisis. Quiero decir, un libro de poemas casi nunca sobrepasa los 10 euros, en tanto que una novela cualquiera se pone en los 20. Y, mientras que la novela se lee una vez (si es de las buenas, quizá volvamos a ella dos o tres veces en la vida), los poemas se releen innumerables veces. Cada vez que nos detengamos en un poema que nos conmueva, sus palabras obrarán el milagro de la transustanciación, y el texto será otro, adecuado a las circunstancias que en ese momento nos rodeen. Un libro de poesía es un caleidoscopio capaz de formar las imágenes más sorprendentes con sólo mover la mano. Y como cada mano, cada lector, tiene un pulso diferente, un ímpetu propio, cada imagen será exclusiva, personalizada. Por usar una comparación familiar, la poesía sería dentro de la literatura como esas boutiques de marca que sólo confeccionan una unidad de cada modelo. Y lo mejor es que siempre es de nuestra talla.