Bolívar estoque al último toro de la tarde, del que se llevó una oreja. / EFE
CRÓNICA SEVILLA

Bolívar aprovecha la ocasión

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D os pero sólo dos de los seis toros de Peñajara se emplearon con relativa seriedad. Un tercero que descolgó por la mano derecha y, aunque pegando más de un latigazo, tomó la muleta por abajo; y un sexto levantado por sistema, pero capaz de descolgar, embestir y repetir, y de hacerlo con ritmo franco y bueno.

Antes de echarse adelante con inesperada gasolina, el tercero, que escarbó y estuvo a punto de emplazarse, se lo estuvo pensando. Una lidia morosa no ayudó. Toro de una sola mano, la diestra. Por la otra repuso o se abrió. Tuvo final mansito. Las embestidas buenas fueron trepidantes. Más claras que sencillas.

De la belleza del sexto se habían hecho lenguas por el Arenal. No fue para tanto. Muy altas las agujas, flacote. Y, sin embargo, tenía hechuras de embestir. La pista no era fiable, porque hechuras de embestir había tenidio un lindo pavo, quinto de corrida, que acaba de arrastrarse y no había querido absolutamente nada. Pero este sexto un algo acaballado dejó ver un galope en casi el primer reclamo, metió los riñones en la primera vara, no en la segunda, y, aunque se dolió en banderillas, estaba cantado. Se veía el toro y se le adivinaba el fondo. De nuevo se interpuso una lidia pasiva. Estuvo a punto de huirse. A tiempo rectificó Luis Bolívar, único beneficiado de esa corrida de Peñajara tan mal repartida.

Deslucidísimo el lote de Antonio Barrera. No mejor el de Juan Bautista. El tren paró por tanto tan sólo en el andén donde estaba Bolívar. En ninguna otra estación paró. Bolívar, garboso en los lances de recibo, abrochados con dos medias y forzada revolera, tardó en animarse con el tercero: muy premioso el arranque de faena, indicio no tanto de ceremonia como de falta de confianza. No estaba clara la apuesta. Pero en un manojo de muletazos por abajo trenzados en la apertura quedó el enigma resuelto. El toro tenía su distancia, su mano y su sitio y ahí estuvo Bolívar en dos tandas en redondo vibrantes, más templadas que gobernadas, bien calientes. Y una tercera, en los medios casi, con un toque de menos, que el toro pedía. Puso mucho el toro. Se arrancó la música con un soberbio concierto. La propia música decidió callarse cuando Bolívar atacó con la mano izquierda.

Sin mayor fe. Una estocada corta trasera y atravesada.

Brotaron las cosas

Salió Bolívar en el sexto de otra manera, y de otra manera brotaron las cosas. Con sus pausas y paseos, con sus pequeñas dudas a la hora de elegir terreno, ahora sí se dejó Bolívar ir. El temple por las dos manos en tandas ajustadas de largo trazo: tenía recorrido el toro, que era muy largo pero pasaba entero. Y cabía en la muleta a gusto. Encajado de verdad, Bolívar dibujó por los dos pitones, y hasta se cambió de mano por delante en un alarde de confianza, que fue el momento en que rompió con fe la faena. La música dio otro concierto. Más largo y sostenido. De buena escuela cinco muletazos para cerrar al toro y dejarlo cuadrado. Y una estocada delantera pero suificiente. Una oreja. No se podía ir el tren.

El primero cogió en banderillas a Paco Peña y lo tuvo prendido por la barriga y colgado de un pitón un buen rato. Milagro en Sevilla: el bravo banderillero ecijano salió del trance ileso y por su pie. Sólo tuvo medios viajes ese toro, que llegó a sentarse y echarse. Digno Barrera. El cuarto, engallado, a la defensiva, se quiso quitar de delante los engaños. Paciente, Barrera insistió.

El segundo se aplomó despu´ñes de dar el volatín del siglo y el quinto, muy llorón y escarbador, no se vino ni traído con tenaza. Juan Bautista lo mató con una de sus habituales estocadas impecables.