COCHES. El aparcamiento, como en el resto del barrio de La Laguna, es uno de los principales quebraderos de cabeza para los vecinos. / FOTOS: ANTONIO VÁZQUEZ
CÁDIZ

Vinos, conservas y coches para un artista

Sorolla cuenta con negocios tradicionales, como la taberna Jisa, un ultramarino que vende lotería, y talleres Alfonso

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Pintor español nacido en Valencia (1863-1923), de tendencia impresionista que se distinguió en el retrato y las representaciones de escenas marítimas, Joaquín Sorolla y Bastida tiene una calle en La Laguna, este barrio gaditano que se caracteriza por denominar con nombres de artistas del lienzo a sus vías.

En esta calle también se dan cita los comercios con tradición, como la Taberna Jisa, un rincón que destila solera y en donde el cliente puede tomarse un vino chiclanero mientras juega a la Primitiva, porque también cuenta con la licencia de Lotería y Apuestas del Estado, como refleja el cartel colgado a su entrada. En el escaparate, se amontonan las latas de conservas, los botes de aceitunas, las patas de jamón y los barriles de moscatel, fino y amontillado de la tierra.

En el interior tampoco faltan las máquinas de juegos y tabaco. «Este establecimiento es el más antiguo de la calle, lleva abierto más de 40 años, comenzó siendo un ultramarinos», explica Antonio Gómez Domínguez mientras no para de despachar lotería, quinielas y bonobuses. «Esto es lo más vendido diariamente», dice.

En la barra, a partir del mediodía, los jubilados se dan cita «para tomarse un tinto de verano ahora que llega el buen tiempo», comenta Antonio Ramos, uno de los vecinos de la zona, sentado en un taburete.

El secreto para mantener vivo un negocio tantos años es «trabajar muchas horas, porque esto es muy sacrificado. Aquí tenemos abierto todo el día, desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche», aclara Antonio.

A pocos metros, se ubica Talleres Alfonso, un negocio que lleva abierto desde 1988, según cuenta el propietario, Alfonso Villaverde. «Antes de llegar yo, este local ya era un taller de mecánica; el dueño era Vicente Cuevas, el Cojo que utilizaba unas muletas para caminar y tenía una habilidad especial para trabajar subido en los coches y agarrarse a ellos como una lapa», detalla con gracia Alfonso.

Haciendo honor a la antigüedad del taller, en el interior del local reparan un Austin Healey Sprite de color blanco, un vehículo inglés descapotable de los años 50 que está «impecable». «El dueño siempre nos lo trae para que le pongamos a punto; el año pasado, por ejemplo, le cambiamos el motor», advierte.

Alfonso confiesa que lo más complicado de tener un taller de mecánica en el centro de La Laguna es «conseguir sitio para aparcar los coches de los clientes una vez que están reparados».

Los cambios en el mundo del motor también ha obligado a actualizarse a este empresario. «Antes escuchabas un motor y ya sabías que avería tenía, un rodamiento o una culata que fallaba, mientras que ahora no se pueden cambiar piezas pues todo va por ordenador y las máquinas cuestan un ojo de la cara», comenta.

Otro de los atractivos de la calle es el Locutorio Sorolla, uno de los pocos establecimientos de este tipo que hay en Cádiz. «Hace cuatro años que abrimos, primero como servicio de internet y luego pusimos las cabinas de teléfono para cubrir la gran demanda de extranjeros», explica la encargada, Consuelo Carrascosa.

En total hay nueve ordenadores y cinco cabinas de teléfono que echan humo a partir de las cuatro de la tarde por la diferencia horaria con Latinoamérica. Con este panorama, las tarjetas internacionales son uno de los productos más vendidos en este negocio. «La mayor cantidad de clientes son de origen boliviano», detalla Consuelo. Y agrega: «Nos va bien, a pesar de que esta es una calle poco transitada porque se ubica a la espalda del barrio de La Laguna», lamenta.

El negocio más novel de la calle Sorolla es Cocina Arte, un local de comida casera para llevar que apenas lleva seis meses abierto y que dirigen Susana Macías y Desside Díaz. «Vimos el local vacío y no lo pensamos dos veces. La verdad es que nos va muy bien, no nos podemos quejar, estamos todo el día desbordadas porque vienen los funcionarios que trabajan en las diferentes oficinas que hay en el estadio Ramón de Carranza (los juzgados, la Seguridad Social y la Delegación de Educación) y los vecinos, especialmente los divorciados», dice Susana sin perder la sonrisa.

A todo esto se suma que durante estas vacaciones de Semana Santa han notado un notable incremento de clientes. Susana y Desside ya se frotan las manos con miras al verano.

Ambas empresarias no paran de preparar platos en la cocina desde primera hora de la mañana. El menú cuesta 6,50 euros e incluye primer y segundo plato, postre y bebida. «El cliente puede elegir entre seis primeros y siete segundos. Así no hay riesgo de que no le guste algo. En total se llevan un kilo de comida por menú», comenta Desside.

Por la tarde estas jóvenes empresarias aprovechan para planificar el menú del día siguiente y hacer las compras de última hora, «aunque el grueso de los alimentos nos los traen los proveedores», puntualiza Susana ataviada con un delantal.

La tienda de electrónica y telecomunicación y el estanco son otros de los negocios tradicionales de Sorolla, según cuentan los vecinos. «El establecimiento que repara televisiones lleva 20 años abierto y el estanco, toda la vida», recuerda Rosario Frade, una mujer de ochenta años de edad.

Al final de la calle se encuentra el antiguo colegio Manuel de Falla, un edificio que actualmente alberga la Escuela Oficial de Idiomas y cuyos usuarios han protagonizado diversas movilizaciones para reivindicar «un edificio digno».

La calle Sorolla tiene aproximadamente 50 metros de longitud. Nace en el nuevo fondo Norte del estadio Ramón de Carranza y termina en el centro de salud La Laguna. Una zona que antiguamente estaba conformada por chalés y lagunas con patos, de ahí el nombre del barrio, como recuerdan los residentes más antiguos.

«Cuando compré el piso apenas había edificios por aquí, esto parecía que no era Cádiz porque el centro se hacía más lejos. Mi mujer me dijo que si estaba loco. Hoy el tiempo me ha dado la razón y estas viviendas cuestan su peso en oro», explica Juan José Rivas mientras pasea a su perro.

Las agujas del reloj marcan el filo del mediodía y los negocios de Sorolla empiezan a tener más movimiento. Alfonso, el del taller, aprovecha para comer el bocadillo, mientras que en la Taberna Jisa, Antonio sigue sirviendo desenfrenadamente vinos en la barra. Susana y Desside ultiman sus platos. En la calle, la vida sigue.

jmvillasante@lavozdigital.es