OCIO. Servando Liberato, descansando en su casa, un verdadero santuario de la cerrajería. / NURIA REINA
CÁDIZ

Servando Liberato «Me embarqué en el 'Cabo San Vicente' y recorrí medio mundo»

Su genio artesano y la creación de una llave maestra le permitieron embarcarse en uno de los principales barcos de la época. Recorrió el mundo y hoy recuerda la sabiduría de sus manos y sus singladuras

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En su casa de la calle Zorrilla, en un salón rodeado de fotografías familiares, se encuentra Servando Liberato Roja junto a su mujer, Carmen Mendoza. Tiene 83 años. Pero los ha vivido con numerosas aventuras que le han dotado de un espíritu aún inquieto. Una de sus grandes experiencias vitales fue la de recorrer numerosos países de Europa y de norte a sur del continente americano embarcado en el Cabo San Vicente. En unos años en que España estaba aislada del exterior, salió a ver el mundo y aprendió a sobrevivir, a ver la vida desde una óptica diferente. Hoy disfruta junto a sus hijos y sus nietos, aunque es un abuelo con muchas más historias que contar que otros.

-¿Cómo consigue el hijo de un zapatero embarcarse en el 'Cabo San Vicente'?

-Todo empezó el 4 de marzo de 1949, cuando me incorporé a los astilleros de oficial de segunda ganando 175 pesetas diarias. Trabajaba en la reparación del barco Cabo San Vicente para adaptarlo y que pudiera acoger mil pasajeros más, eliminando las bodegas existentes. Durante ese periodo y gracias a mis conocimientos en cerrajería, me pidieron que hiciera una llave maestra. Al finalizar el trabajo, se quedaron tan asombrados que les pedí como favor a mis superiores poder embarcar.

-Gracias a este favor consiguió usted recorrer el mundo entero

-En el año 1962 me embarqué y empecé a recorrer medio mundo: Europa, todo el continente americano desde una punta a otra... Así hasta 1969, cuando volví a la contrata de astilleros con otra categoría, de mecánico ajustador, siendo luego jefe de equipo y encargado.

- Después de tanta actividad, ¿le supuso un trauma tener que dejar de trabajar de forma forzosa?

-Pues no me quedó más remedio por la reconversión naval en la Bahía. Tenía 58 años cuando me jubilé, y entonces me saqué el carné de pensionista, gracias al cual empecé a acudir algunas mañanas a los centros de día, pero esto no es suficiente por mi vitalidad y mi vocación de trabajador.

-Y ahora, ¿cuál es su hobby?

-Cuando me jubilé empecé a arreglar carretes de pesca y a hacer metopas donde trabajaba el latón y el hierro. Ahora, en mi casa, tengo una habitación que es mi santuario, donde paso la mayoría de las horas del día alrededor de piezas de hierro, mi principal hobby, realizando trabajos que no puede realizar nadie, ya que soy el único capaz de arreglar viejas cerraduras. Soy capar de hacer resurgir una del siglo XVII, dándole la utilidad de antaño. Entre mis últimos trabajos he recuperado todas las cerraduras originales de la casa de la Bella Escondida y ahora estoy restaurando las cerraduras de la casa ducal de Medinaceli en Sevilla.

-¿Por qué abandonó sus estudios?

-Yo era hijo de un zapatero y por las necesidades familiares de la época me vi obligado a abandonar los estudios a los 12 años. Ingresé en la escuela de aprendices de astilleros, que en esa época pertenecía a Echevarrieta y Larrañaga. Un año más tarde, en 1941, me coloqué en el taller de encuadernación Naranjo, en la calle San Pedro, donde aprendí a coser libros. En dicha imprenta trabajé para la Facultad de Medicina y se encuadernaban los cuentos de Calleja para la imprenta Cerón que tenía la oficina en Fernández Shaw, y donde los llevaba con una caja de madera en la cabeza sostenida con un rodete de tela. Ahí ganaba una peseta a la semana.

-¿Cómo se va introduciendo en el mundo de la cerrajería?

-Me fui metiendo poco a poco cuando empecé a trabajar en la cerrajería que en aquel entonces se encontraba en la calle Marqués de Valdeíñigo, llamada el taller de la viuda de Cambiazo, que la regentaba José Florencio Cueva. De aquí pasé a la de Antonio Martín, situada en la calle Rosario Cepeda, donde ganaba un duro a la semana. Y de allí, a la cerrajería a de Antonio Navarro conocido por Elcano en la calle Cervantes, donde llegué a ganar 10 pesetas a la semana.

-¿Cómo conoció a la mujer con la que ha compartido más de seis décadas de vida?

-La conocí de balcón a balcón, ya que yo vivía en la calle del Carmen y ella en la calle Bendición de Dios. Un balcón de mi casa daba a la calle del Carmen y la veía.

-¿Que representa el trabajo para usted con 83 años?

-No puedo estar sin trabajar, cuando no tengo trabajo, me pongo de mal humor.

-¿Hay mucha diferencia entre la vida de antes y la de ahora?

-Ahora se vive mejor, pero hay cosas que no me gustan, como el comportamiento de los padres con sus hijos y viceversa.

-¿Nunca le ha enseñado el oficio de cerrajero a nadie?

-No, no dejo que nadie me vea cuando trabajo. Ni mi mujer.

-¿Cuál es el secreto para estar con su mujer después de 54 años?

-No puedo estar sin ella. Será el respeto, que es fundamental en el matrimonio.

-¿Qué le ha inculcado a sus hijos, además del amor por viajar?

-Lo mismo que me inculcaron mis padres: trabajo y honradez.