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Obamitas, puro ingenio

Anda la gente mal. Pero que muy mal. Levante usted la vista del periódico y haga una pequeña encuesta. O mejor, no pregunte: sólo eche un vistazo a las expresiones. Casi todo el mundo se pone ya en lo peor. Se imagina una cola de gente con ropa raída, en blanco y negro y gente saltando desde los edificios más caros (no de las infraviviendas, sino desde donde antaño se compraban acciones). Y mientras todo el mundo se entrega a la noble tarea de extender el pesimismo y los malos augurios, llegan dos chavales que no superan ni los treinta años con una empresa de publicidad y se ponen a pensar: ¿podríamos lanzar una marca con el único apoyo de internet? Y nacen las Obamitas, unas galletas que saben a brownie de chocolate y que vienen envueltas en una atractiva caja. Las galletas, dicen los hermanos Javier y Fidel Castro, están hechas para compartir y expandir el buen rollo. No son mágicas (debe haber predisposición), pero el chocolate y la sorpresa de encontrarte una cara morena, con dos orejas de soplillo y una sonrisa, hacen más bien que ver un informativo de la tele.

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Dicho y hecho: Javier y Fidel encargaron la confección al obrador de Antonia Butrón, en Chiclana. (Tengo un amigo que sostiene que los chiclaneros se buscan la vida mejor que nadie, pero eso daría para otro artículo). El caso es que las obamitas ya tienen más de 100 referencias, les han hecho entrevistas, reportajes y críticas en radio, televisión y periódicos. Y es probable que el negocio les supere. Aunque ellos tienen claro que son publicistas y que no piensan pasarse a la repostería. ¿Dónde llegarán las obamitas? Javier lo tiene claro: tan lejos como decidan los clientes, los usuarios, los que las disfrutan. Pero mientras asistimos al debate sobre si esa marca sobrevivirá o no, ellos ya han demostrado algo: que hay toneladas de ingenio pudriéndose o malgastándose en la cabeza de mucha gente. Que no necesitas la ayuda de papá y mamá para montar tu negocio (aunque tampoco viene mal), que en esta vida ser empresarios no consiste sólo en poner un bar. Que sólo se necesita un pelín de iniciativa y, si hace falta, fracasar 3 ó 4 veces (para que sepa mejor el éxito).