Escenificar la vida y obra del artista era una arma de doble filo / J. C. CORCHADO
Sociedad

Cenizas de bronce

Antonio Márquez intentó acercarse a la figura de uno de los grandes de la danza y el flamenco La obra abusó de la escenografía y la luminotecnia

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Emular al gran Antonio es tarea difícil. Arriesgarse a ofrecer una panorámica de su vida, su obra, y todo lo que él ha representado para la danza y el baile flamenco puede ser un arma con demasiados filos, y además cortantes. Antonio Márquez ha intentado tributar al gran bailarín concibiendo una obra en la que narra algunas de las etapas de vida del maestro.

Para ello, una compañía plagada de artistas ha llevado a escena las estampas más importantes de su carrera. Desde su juventud hasta el final de sus días en los escenarios y en los espejos de cuando dirigía El Ballet Nacional de España.

Recuerdos de una vida

La figura de Antonio, en su última etapa, fue interpretada por Paco Romero, que además trabajó con el genio cuando éste contaba la edad de 15 años. El argumento iba y venía de la juventud a la madurez en transiciones aceptables, en las que Antonio Márquez encarnó la parte de juventud.

El guión se compacta en 16 recuerdos. La mirada atrás cuando ya no tiene las condiciones de subirse al escenario, un flash-back de emociones y sentimientos. Su infancia y primera juventud cuando frecuentaba la Alameda de Hércules, sus primeros viajes al extranjero, Nueva York, y el resto del mundo. Sus ensayos, sus viajes junto a sus compañeros de reparto, y un sinfín de momentos de la vida de Antonio. La interpretación de Márquez ha tenido altibajos. Un paso a dos con Trinidad Artíguez que se metió en el papel de María Rosa introducido en la danza clásica fue de lo más destacable. Lo trató con voluntarioso respeto, se acercó a su maestría. En un zapateado con música de Sarasate estableció otro número de orden invocando la figura del bailarín. Y lo engrandeció en el momento en que apareció con sombrero cordobés, buscando el parecido físico, jugando con la luminotecnia para ocultar su identidad y ser el otro Antonio. Estos efectos luminosos fueron decisivos para dotarla de ambientación, pero abusó demasiado de los efectos y de las proyecciones. La escenografía tapó y restó importancia a los bailarines distrayendo al público. Una clase magistral con el Antonio maduro sorprendió gratamente. Sobre cómo aprender a tocar los palillos o castañuelas.

Al alcance de unos pocos

La interpretación de Antonio Márquez ha quedado derivada a intentar buscar al maestro de la danza en su cuerpo, en sus movimientos, pero sin conseguir lo que se propuso. Faltó Antonio. Y es que, como dije antes, resulta tarea harto difícil acercarse a uno de los genios de la danza. Se puede incurrir en el error de jugársela para nada. Y aunque Antonio Márquez no jugó un mal partido, la figura de uno de los más respetados de la danza contemporánea sólo está al alcance de unos pocos.

Pero es justo valorar la intención. Una dedicatoria a Matilde Coral y a María Eugenia con la escena La oración del torero fue un capotazo de talento a otras dos maestras del baile flamenco. Un Antonio que se acerca al otro, aportando todo su arte y consiguiendo el reconocimiento del público que aplaudió el montaje con sumo gusto.