CUADRO. Un elenco de alto nivel acompañó el número de 'La Zapatera Prodigiosa', quizá el más lucido de la noche a nivel de coreografía. / J. FERNÁNDEZ
Sociedad

Los zapatos de Lorca

Carmen Cortés creó buen ambiente a base de rellenar el Teatro Villamarta con multitud de zapatos de baile La traducción de la obra lorquiana quedó estancada

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La obra de Federico García Lorca ha sido uno de los argumentos recurrentes en muchos espectáculos, tanto de flamenco como de teatro. Queda claro que es una obra digna de estudio, que se presta a su utilización para montajes que elogian la grandeza que tiene. Pero sería conveniente revisar la cantidad de veces que se han hecho para el flamenco. Considero que existen muchos otros poetas y artistas en general que bien podrían merecer un lugar de honor para que se escojan sus títulos y se lleven a escena. La recurrencia mal entendida no da resultados. O, al menos, no buenos.

La Compañía de danza flamenca de Carmen Cortés ha vuelto a enebrarse en un guión manido, aportando, eso sí, su particular visión de los textos del poeta granadino. Cinco de las más geniales obras de Lorca se han fijado como parte formal para destapar una variopinta ilusión sobre las letras que escribiera en el siglo pasado. La personalidad de Federico engendró una serie de historias de vida sobre mujeres. Dramas como la vida misma que Carmen Cortés ha esbozado de una manera particular.

La casa de Bernarda Alba es la obra dramática por excelencia. Acierto con la elección musical en seguiriyas, de luto, riguroso luto, que se convierte a lo largo del desarrollo de las escenas en blanco satén. Poesía recitada, ecos de tangos petacos sacromontanos para entender a Yerma. La granaína en la voz de Guadiana fue de lo mejor de la noche.

Si algo impactó fue La zapatera prodigiosa. Pero el motivo no fue el baile sino los miles de zapatos de baile que se amontonaban cubriendo las espaldas del escarnio. Zapatos que volaban y caían del cielo y tanguillos que no supieron a nada.

Sí que se esmeró Cortés cuando escuchamos el cante por jaleos. Con traje rojo pasión, el jaleo se tornó en soleá. Esto fue prácticamente lo mejor de Carmen. Aunque larga de tiempo, la danza que practicó tuvo su verdad. Lineal en el principio y desembocadura en una estética flamenca que sólo apareció a ráfagas, unos instantes que rellenaron el escenario. Rosita la soltera fue tan sólo una coreografía del cuadro acompañante como entrada al baile de una de las protagonistas que dejó lugar para las bulerías. Y un solo de Cepillo que, a pesar de gustarme, no acabé de entender el porqué de aquello. El final de Bodas de sangre fue una caída emocional. Un espejismo que se diluía en la danza de Carmen, que con buenas intenciones no pareció acertar del todo. La lentitud, tanto musical como de baile, terminó en un agridulce final, que se trasladó al público.

La respuesta del público pareció decir que no acababa de entender algunos de los elementos del montaje, pero valoró la veracidad de una trayectoria envidiable en el flamenco, como bailaora. Confío en la sabiduría de Carmen para volver a verla y que me cause momentos de intensidad flamenca, como ella sabe, aunque en esta ocasión haya faltado un algo.