EMOCIÓN. Uno de los momentos más apasionantes se produce cuando Rocío Molina emplea el abanico: impresionante el uso que hace de él. / JAVIER FERNÁNDEZ
Sociedad

Medalla de oro

El Teatro Villamarta se rinde con una prodigiosa ovación ante la impecable actuación de Rocío Molina, que llevó al éxtasis al público con su nuevo espectáculo

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No seré yo quien descubra a los aficionados quién es y qué representa Rocío Molina en el flamenco actual. Es difícil encontrar artistas con tanta capacidad de interiorización y asimilación física de los personajes e historias que nos proponen.Rocío posee una capacidad inusual para tener un ojo en el pasado y otro en el futuro y cristalizar todo ello en el baile. Oro viejo ya había provocado la admiración de crítica y público en su presentación en la Bienal Flamenca de Sevilla.Y Jerez, que no es precisamente una plaza fácil, respondió en la noche de ayer con una ovación que obligó al elenco artístico a permanecer casi 10 minutos saludando desde el escenario.

El espectáculo Oro Viejo nos habla del tiempo, de la sabiduría que atesoran nuestros mayores,de la sorda atención que prestamos a su experiencia y de la imposibilidad de entender el ahora sin ahondar en la raíz.

Oro viejo habla de todo ello con claridad meridiana, pero también habla de baile. De un modelo de baile que ha roto la crisálida de lo contemporáneo para reclamar el presente. El espectáculo arranca con Rocío corporizando el saber antiguo, para a continuación transportarnos a través del pasodoble a los colores del ayer. Rafael Rodríguez inventa a Rocío en la guajira. Impresionante el uso del abanico.La limeña de Moisés Navarro y David Coria nos devuelve al sonido de la aguja sobre el vinilo. Nos hace sonreir y obviar la dificultad técnica de un baile que se desarrolla fluido y fácil al ojo profano.La milonga nos devuelve a una bailaora redonda de movimientos y nos presenta una percusión tan acoplada que cuesta distinguirla del taconeo. El paso en pocos compases de la niñez a la sensualidad y viceversa, aparece en un continuo vaivén durante Dónde va María: ternura luego para María de la O; y el escenario se oscurece, la luz se va.

Se oyen voces viejas martilleadas en el yunque, compases doblados y triplicados de velocidad en el baile.La amargura de la malagueña,con una reinventada guitarra para el baile. Intensidad sin estridencias. El polo nos descubre el aire del mantón de Laura Rozalén,mientras la niña baila como un hombre aferrada a su chaquetilla. Sobre el espacio que ocupa una baldosa.Sobre la cabeza de un alfiler. La carnalidad final viene acompañada de una composición de percusión donde, a través de la electrónica, los instrumentos se iban sumando poco a poco. Absolutamente fabuloso estuvo Sergio Martínez.

Rocío acaba cubierta de Oro Viejo. Se lo merece.