VUELTA DE HOJA

Traductores en babel

Llega de nuevo la hora de los intérpretes. Los resultados electorales de Galicia y del País Vasco dependen también el cristal con que se mira, que es una vidriera. Unos hablan de «vuelco histórico» y otros de «cambio de rumbo», pero la historia se escribe -y se borra- más despacio y el rumbo depende del viento del mar y de la mar de acontecimientos. Parece que decaen los nacionalismos, o bien que crecen moderadamente los partidarios de la nación, o sea, de los que creen que nos vamos a pique todos o nos salvamos juntos, con independencia del camarote que ocupemos en el pequeño barco. Que cada analista político deduzca la trascendencia que tendrán las elecciones de Euskadi y Galicia. Hay más expertos que ventanas y todos saben mucho, aunque ignoren que mientras no cambien los dioses hay poco que hacer.

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Tan emocionante como la jornada electoral ha sido la jornada futbolística. El pinchazo del Málaga en su campo me ha sumido en una pasajera tristeza. La he desechado pronto, más que nada porque, como decía Manuel Machado, resulta muy triste estar triste. (Hubo teólogos medievales, de esos que tenían tiempo para todo que declararon que la tristeza era pecado). Que haya crecido en esperanza el opaco y efectivo Real Madrid complace a mucha gene, del mismo modo que el desinflamiento del Barça satisface a otros. O sea, que la cosa está equilibrada, pero la Liga política tiene un calendario más largo que la futbolística. La diferencia más ostensible entre las dos es que mientras unos la juegan con calzón corto, los otros nos están dejando en calzoncillos. Nadie ha resumido mejor las dos cuestiones que el joven entrenador del Barcelona: «Necesitamos reencontrarnos», ha dicho Guardiola.

Hablando en plata, al margen de los traductores.