ENTUSIASMO. Los ocupantes de un coche con banderas de EE UU, Kosovo y Albania celebran el aniversario en Mitrovica. / AFP
MUNDO

Kosovo, un país en coma

La ex provincia serbia celebra el aniversario de su secesión como única alegría en una vida difícil en medio de la crisis económica mundial

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Kosovo es un estado independiente y, justo un año después, eso ya no parece tener vuelta atrás. Es lo que celebraban ayer, lo único a decir verdad, miles de albano-kosovares en las calles de Pristina, en un atasco fenomenal, quemando rueda, con bocinazos y tres banderas: la de Kosovo, la de Albania y la de Estados Unidos. Ni una de la Unión Europea, comprometida desde hace una década y ahora totalmente con su misión Eulex, pero que es un ente percibido de forma abstracta, sin sentimiento. Funcionarios europeos ocupan la sede de la misión de Naciones Unidas (UNMIK), en el centro de la capital, y el personal de la ONU está terminando de irse. Los dos últimos españoles se van hoy. En julio quedarán sólo ocho personas.

En las carreteras y en los enclaves serbios es menos palpable la presencia de la KFOR, la fuerza de la OTAN, pero es quien sigue garantizando la seguridad. Kosovo sigue siendo un estado muy incompleto en el que la máxima aspiración de muchos de sus ciudadanos es irse. No hay vuelta atrás, pero el camino no está nada claro.

Ayer, día de fiesta, las familias se echaron a la calle. Los niños, vestidos con el plis, el gorro típico albanés blanco. Por un día olvidaron las penurias de la vida cotidiana. Hablando con una decena de personas, todas estaban contentas, cómo no, pero empezar a hablar de la vida diaria o de los políticos ya era otra cosa.

«Claro que lo celebro. No ha cambiado nada, es más, estamos peor, pero al menos es nuestro país», dice Naim, un joven sentado en la ventanilla de un coche con una bandera. Ninguno de sus amigos trabaja y la mayoría de estos chicos pasan el día sin hacer nada en los cafés.

Durante este año uno de Kosovo las huelgas han sido constantes: de policías y médicos a maestros o empleados públicos. La pregunta más repetida, miles de veces, es: «¿Dónde está el dinero?». Kosovo es un país pequeño, de dos millones de habitantes, y la gigantesca ayuda internacional se ha volatilizado. Es para preguntarse qué ocurrirá con los 1.200 millones que les regalan ahora hasta 2012. La UE, nuevo líder en el terreno, tendrá mucho que decir, porque dos tercios de la heroína de Afganistán que llega a Europa pasa por Kosovo, la corrupción es galopante y la vecindad de mafia y clase política es un secreto a voces. Logrado el sueño, es hora de elegir el auténtico futuro.

Optimismo de salón

El primer ministro, Hashim Thaci, siempre flemático, esbozó ayer un optimismo de salón en su discurso ante el Parlamento. Citó datos que suele mencionar: el crecimiento del 6%, 600 nuevos kilómetros de carreteras, 70 colegios más y un aumento del 35% en el suministro de energía. «Esta labor ha dado una nueva sensación de optimismo», aseguró. Quizá es así, pero el periódico anuncia una subida en la factura de la luz del 25% y las carreteras parecen las mismas. Los colegios de Pristina siguen como hace años, sin ninguna inversión, y en el hospital universitario, el mayor de Kosovo, apenas se percibe una mano de pintura. Los datos económicos son desastrosos y este primer año de independencia se cierra con una inflación del 9,3% y una caída de la inversión extranjera de 80 millones.

La crisis mundial ha llegado en el peor momento. El partido de celebración de ayer en el vetusto estadio de la capital fue Pristina-Dinamo de Tirana, que tal vez pase a la historia de Kosovo, pero no a la del fútbol. Estaba lleno porque era gratis.

Mientras esta era la vida ayer en el Kosovo albanés, un 92% de la población, un autobús y tres minibuses con unos 80 parlamentarios de Belgrado pasaba tranquilamente la frontera con Serbia, sin apenas detenerse ni enseñar sus pasaportes, como hubieran hecho hace diez años en la antigua Yugoslavia. Llegaron a Zvecan, pequeña localidad al norte de Mitrovica, en la comarca del norte de Kosovo de dominio serbio, y celebraron una sesión oficial como si tal cosa.

La Policía de Kosovo, aquí con personal serbio, dirigía el tráfico. La asamblea, bajo grandes banderas serbias, se abrió con el himno nacional, todos en pie, y un cántico de un pope ortodoxo. Se santiguaron y se sentaron.

Habló el ministro serbio para Kosovo, Goran Bogdanovic, sintiéndose en zona de total soberanía. Tras los discursos y un aperitivo, volvieron a Belgrado. El clima era de total normalidad, aunque sus semblantes eran de preocupación. Fue su forma de decir que aquello sigue siendo suyo.

Aquí, como en los enclaves serbios en zona albanesa, hay una vida paralela. Para 120.000 serbios de Kosovo, un 5% de la población, ayer no era fiesta y las tiendas estaban abiertas. En los enclaves del interior son más realistas con la convivencia, a la fuerza, pero no parece que sea posible ninguna solución, ni ahora ni en un futuro cercano, en Mitrovica, este trozo de tierra kosovar pegado a Serbia.

La frontera de Kosovo está en realidad en el puente sobre el río Ibar que parte en dos Mitrovica. Kosovo es aquí, por tiempo indefinido, una especie de Chipre.