LA PARCELITA

De lo malo, lo peor

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uchos jerezanos y jerezanas creíamos pasados aquellos tiempos de eternas trifulcas y continuas acusaciones entre los principales líderes y lideresas de nuestra ciudad, pero en estos días asistimos atónitos a nuevos episodios de viejas rencillas y, me atrevería a pronosticar, que lo peor está por venir. Parece cumplirse siempre el principio de Peter que dice que si una cosa es mala no te preocupes porque puede ser peor. Con la prudencia que da hablar de un proceso en plena investigación fiscal y con la equidistancia que da el tiempo quisiera compartir algunas reflexiones. Entré en política en un tiempo en el que la gestión y la defensa de las ideas, o si quieren de las siglas, de uno u otro partido nunca traspasaban el límite del respeto al adversario, del respeto a las personas. Recuerdo aquellos primeros embates políticos en los que la vehemencia se aliaba con la inexperiencia y me tomaba unos berrinches de mucho cuidado; me iba a casa con el enfado puesto y al final era un sufrimiento tan gratuito como inútil, porque nada añadía al buen quehacer político. Pronto aprendí porque tuve buenos maestros y maestras, y mejores compañeros, que la solidez de la gestión no se basa en la destrucción del oponente y que lo mejor que puede hacer un gobernante es saber manejar desde la generosidad su poder; aprendí que la autoridad no te la da el cargo sino el respeto de demás y que el respeto no tiene nada que ver con el temor. Claro que todos estos conocimientos no me sirvieron de mucho para sobrevivir en la política, a la vista está. En aquellos tiempos los pactos entre partidos era algo mucho más habitual de lo que se detallaba en los medios de comunicación y había unos principios básicos de entendimiento nunca traspasados. No sé qué ha pasado en las últimas dos legislaturas pero el despropósito parece no tener límites. No me considero una ingenua porque sé que «puñaladas» en política te llueven desde los flancos más insospechados y que, a veces, los adversarios están en otro partido y los enemigos en el tuyo. Pero la venganza como fin personal no supone más que un mecanismo de escalada que va de lo malo a lo peor, con un casi-imposible camino de retorno. Es tan estúpido como escupir contra el viento.