VUELTA DE HOJA

¿Quién da la vez?

Empiezan las colas. Los transeúntes que no forman parte de ellas pueden contemplarlas a la vuelta de la esquina. Quienes las componen no se alinean, más o menos ordenada y respetuosamente, para atracar una joyería, ni para adquirir un pescado ilustre en una pescadería, sino para buscar trabajo. Son los penitentes primeros en la gran procesión de la crisis. Lo único que le piden a la vida es que les dé posibilidades para ganársela honradamente.

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«El Gobierno no descarta llegar a los cuatro millones de parados en este año», pero los españoles tampoco descartamos que el paro pueda llevarse por delante al Gobierno, a la Oposición, a la Banca y a la madre que los parió.

El español está hecho de una materia dura, pero muy maleable. Se ablandó en los complacientes tiempos de bonanza ficticia, cuando nos creíamos que eso de la sociedad del bienestar estaba hecho para todos. A muchos les dio por cambiar de coche y de pareja, que son las dos cosas más caras, y por vivir como habían oído que viven los que pueden, que nunca han escaseado entre nosotros. Bruscamente, hemos despertado de nuestro sueño. La Seguridad Social se tambalea.

El ritmo de 200.000 parados al mes no puede resistirlo una nación como la nuestra sin llegar a la inmovilidad absoluta.

Detesto por igual dos cosas: las colas y los sótanos. Ambas repulsiones son de índole freudiana, ya que son los sitios que obligatoriamente más he visitado en mi infancia, cuando el hambre y cuando los bombardeos. Los refugios caseros aún no han llegado, pero las colas están reapareciendo. Bien sabe Dios que no tiendo al pesimismo, pero en caso de incendio hay que alarmarse. Si se conserva la calma se corre el riesgo de morir carbonizado.