lA hoja roja

La vaca que ríe

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Cuando el mundo se queda pequeño es el momento de hacer las maletas y empezar de nuevo, como hizo Berta González Campllonch cuando se dio cuenta de que en el mundo que le venía a su medida ya no cabía el estrecho horizonte de esta ciudad.

La versión oficial dice que se fue de Cádiz hace siete años -que son muchos en su corta biografía- para estudiar y formarse en lo que más le gustaba y que esta ciudad no le podía ofrecer, para estudiar Bellas Artes. Por eso cambió las cuatro esquinas que la vieron nacer por el laberinto de Madrid. La realidad, la Complutense. El deseo, «venirme aquí, porque es la gran ciudad, la ciudad de las oportunidades. Todo lo que necesitaba, Madrid me lo daba, mil lugares, actividad, mucho movimiento».

Y como el movimiento se demuestra andando, andando sigue para demostrar que la distancia es un concepto relativo «cuanto más lejos me voy más cerca me siento de Cádiz», dice quien sigue aprendiendo a diseñar el vestido de su mundo «no me planteo dónde acabaré, supongo que donde mi cuerpo me pida, me dejo llevar, aún es pronto para plantearme un final», mientras siguen creciendo su creatividad y sus ganas de buscarse un lugar en el difícil mundo de las artes plásticas.

Ha realizado cursos especializados de pintura, de música, ha diseñado carteles y logotipos y ha expuesto varias veces su obra tanto en Madrid, como en Cádiz, ciudad a la que siempre vuelve porque en el laberinto madrileño sigue, igual que Teseo, atada a un hilo que la une a su ciudad «sólo sé que Cádiz estará ahí siempre» dice rematando una conversación en la que reconoce que echa de menos el mar, a su familia, el olor de las calles, en la que reconoce, casi sin decirlo, que esto se le había quedado pequeño. «La vida en Madrid no te permite dormirte en los laureles». Y aquí, querida Berta, los laureles ya los llevan puestos otros.

No lleva Berta puesta la bandera del gaditanismo que siempre -ya cansa el tópico- se espera de los que nacimos al sur del sur. No lleva la gracia puesta, no es una gaditana en Madrid. Es una artista que podría vivir en cualquier lugar, que lo mismo pinta ilustraciones para un libro inédito de su padre -el arquitecto y músico, y poeta y José Ángel González- que ejerce de maquilladora para cortos. Una artista que lo mismo realiza retratos en directo que canta versiones de rock con The Borzas o con Los Lentos. Una artista que siempre quiere ir más allá «jugar con el color, el trazo, muchas veces lo fortuito, lanzar pintura, tocarla, jugar con ella, dirigirla y dejar que se mueva sola. Desahogar impulsos, trabajar de manera visceral, casi por intuición». Toda una declaración de intenciones, toda una forma «de vivir el arte», concluye Berta.

Desde el pasado 16 de enero y hasta el próximo 21 de marzo hay una vaca gaditana en la Gran Vía. Ya lo saben. La Cow Parade es ese evento internacional que pretende democratizar el arte, de hacerlo llegar a los ciudadanos no sólo como espectadores, sino como creadores y que nació en Zurich en 1988 gracias a la iniciativa del escaparatista Walter Knapp quien, con la ayuda de su hijo Pascal, diseñó este nuevo concepto de exposición urbana cuya recaudación sirve, únicamente, para fines benéficos.

Estas vacas de fibra de vidrio se han convertido en todo un fenómeno cultural, sin duda, en la mayor exposición de arte público del mundo.

Las vacas han llegado al corazón y a la imaginación de millones de personas porque la organización de Cow Parade anima a todos a intentar pintar una vaca, convocando un concurso por el que se seleccionan las mejores propuestas, que luego son expuestas en las calles de cualquier ciudad y posteriormente subastadas.

Desde 1988, año en el que la Cow Parade iniciara su andadura en Zurich, estas vacas trashumantes diseñadas por más de diez mil artistas en 50 ciudades, han recorrido Nueva York -donde el alcalde Rudolf Giulianni prestó todas sus energías al proyecto para celebrar así el nuevo milenio-, Londres, Tokio, Sao Paulo, París, Buenos Aires, Tejas -el propio ex Bush diseñó su propia vaca que luego fue subastada- Atenas, Dublín, Johannesburgo, Las Vegas, Estambul y ahora Madrid.

105 vacas seleccionadas entre todos los participantes llenan el centro de Madrid. 105 vacas que salieron de los talleres instalados en Goya donde los artistas y diseñadores hacían realidad su proyecto a la vista del público. 105 vacas que «pastan» tranquilamente mientras la gente que pasa las mira, las toca, les hace fotos.

Y de esas 105 vacas, una tiene el corazón y las tripas de aquí. Berta González Campllonch consiguió que su vaca Berta se colara entre las seleccionadas junto a las de artistas de reconocido prestigio y se plantara en la Gran Vía, en medio de la calle «los artistas siempre queremos que la gente vea nuestra obra, y qué mejor sitio que la calle», dice Berta. Pero a ellas, a la vaca y a la artista, no les mueve el prestigio del certamen, ni la repercusión mediática que la muestra pueda adquirir.

Les mueve un sentimiento más puro, más noble si quieren, algo que está por encima del bien y del mal, a dos palmos del suelo. Les mueve «conseguir que los demás disfruten conmigo. Divertirse con lo que uno hace es lo principal».

Y me parece, Berta, que este mundo que has encontrado, te sienta como un guante.