CRÍTICA DE TV

Norias

Reconozco que la otra noche vi La Noria. En mi favor sólo puedo aducir que fue sin querer: venía de una cena, era tarde, puse la tele, zapeé y, !zas!, allí estaba La Noria. Y me quedé a verlo un ratito, porque en medio del gallinero se alzaba con singular vehemencia la voz del padre Apeles, personaje al que creía ya extinguido. Entre la barahúnda de acusaciones recíprocas, creí entender que aquella gente hablaba de cosas de religión, un asunto que en La Noria suele surgir con una única finalidad: dar garrotazos. Hay que decir que, en ese sentido, los invitados estaban bien elegidos. Apeles es el tipo de católico que gusta al comecuras: relamido e intemperante, con algo de inverosímil. Es verdad que su fama televisiva ha bajado; creo que ahora, además de sus colaboraciones en tal o cual programa de televisión, da clases de Protocolo en una escuela de maniquíes. Enfrente de Apeles, otro personaje singular: María Antonia Iglesias, que cuando habla de cosas de religión adopta siempre la pose de papisa alternativa, una especie de Savonarola con faldas, dispuesta a quemar a todos los curas del mundo en nombre de la verdadera fe.

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Apeles, en La Noria, es ocasional pero María Antonia es necesaria: el programa la necesita para marcar doctrina, tarea en la que le secunda don Enric Sopena. La actitud de este último recuerda a la de aquel cura Meslier, ilustrado y ateo, que tanto influyó en Voltaire y que en su Testamento (1729) pedía perdón a sus fieles por haberlos engañado. Desde entonces hemos tenido millares de predicadores laicos que han seguido engañándonos pero sin pedirnos perdón. Cabe manifestar cierta admiración por la constancia con la que estas personas interpretan a sus personajes: no deja de ser un arte. El inconveniente es que todo esto suena un poco a falso, a artificioso, y con frecuencia ocurre que uno escucha a estas personas y llega a la conclusión de que no pueden creer lo que están diciendo, porque la retórica, cuando se despega de la verdad, sólo puede conducir al sofisma (ya, ya: lo creen, y ahí es seguramente donde reside el problema). Añado: también estaban en la mesa Ángeles Vallvey y Montserrat Nebrera. Dicho quede para llenar el exiguo capítulo de la gente normal.