GRANDES URBES. Los rascacielos marcan los centros de negocios. / REUTERS
Sociedad

Ciudades que engordan

Gran dispersión y fragmentación urbana, largos desplazamientos al trabajo; un estilo de vida insostenible hoy

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Nunca antes en la historia de los Estados Unidos una persona había gozado de tan amplio consenso y apoyo para asumir la presidencia del país. Pero nunca, los retos ante los que el presidente ha de enfrentarse han sido de la magnitud de los actuales. El colapso de la economía, la carestía de las viviendas, las disfuncionalidades de las ciudades, la ausencia de una política social, la inseguridad general, la vulnerabilidad creciente, la falta de credibilidad internacional, el descrédito de los políticos, entre otros factores, son la triste herencia de las últimas décadas, rematadas con la salida del contestado presidente George Washington Bush.

Quizás ante tan sombrío escenario, la figura de Obama parece profética, como una tabla de salvación. Pero ¿podrá el nuevo presidente afrontar tan amplio abanico de adversidades que amenazan muy seriamente a su país, y a todo el planeta? Voy a ceñirme a algunos de los problemas que están ya ante nosotros; aquellos que mejor conozco de la realidad norteamericana.

El drama del 'sprawl'

Decía Thomas Jefferson, uno de los padres de la patria, que «una república de hombres libres es aquella en la que cada individuo tiene una porción de tierra sobre la que construir su casa». Este ha sido uno de los primeros eslabones del sueño americano, seguido gradualmente por otros.

La importancia concedida a la vivienda unifamiliar está muy anclada en el subconsciente colectivo de América. El ruralismo jeffersoniano, junto a los idearios de otros grupos que han potenciado el individualismo (emersonianos, trascendentalistas, e incluso las sectas religiosas), es el responsable de lo que se ha venido en llamar el 'pensamiento progresista' en los Estados Unidos; en otras palabras, la idea de que el individuo ha de enfrentarse él solo y sin la ayuda de nadie (por supuesto, sin la ayuda del Estado) a la resolución de sus problemas. Algo que, progresista o no, está íntimamente vinculado con el reclamo a los inalienables derechos individuales de la persona. Es, en suma, la herencia de gran John Locke al pensamiento liberal del mundo anglosajón en general, y a la visión de los padres de la patria; es decir, de los independentistas y redactores de la Constitución norteamericana, en particular.

América tuvo la inmensa fortuna de contar con unos padres de la patria ilustrados, 'hijos' de John Locke, y en cierto modo también de la Ilustración francesa. La pléyade de brillantes personalidades que encauzaron la joven república americana es la responsable de la consolidación de un sistema donde los derechos individuales ocupaban un punto central, a pesar de ciertas contradicciones.

Ese interés por la vivienda unifamiliar al que aludía antes refiriéndome a Jefferson, unido al 'mito de la frontera', es decir, a la idea de que el territorio de los Estados Unidos es inagotable, está en el origen de la extraordinaria extensión de las ciudades, con grandes áreas suburbanas; son las metrópolis estadounidenses. Así, por ejemplo, por citar una, el área metropolitana de Los Ángeles tiene una extensión de 12.500 km cuadrados, es decir casi seis veces la superficie de Bizkaia, o si se quiere casi el doble que la superficie de los tres territorios de Euskadi. Allí se asientan 17 millones de personas.

Para atender a tamaña dispersión no existe, en la mayoría de los casos, un transporte público efectivo, entre otras razones porque todo lo público está mal visto en los Estados Unidos. Pero tampoco existen servicios privados para poder comunicar y permear esas extensísimas áreas periféricas, esas gigantescas manchas conocidas como el 'sprawl'. Por ello la dependencia del automóvil particular es absoluta.

La fragmentación urbana

Otro rasgo de las áreas metropolitanas y de las ciudades americanas es su división funcional, es decir una ciudad organizada por áreas o zonas según la actividad o función a desempeñar. Por un lado, están las zonas residenciales; por otro, los lugares de oficinas y de trabajo, y finalmente los lugares para el ocio, el esparcimiento y otros servicios. Y los downtown, como el neoyorquino, dominado por las oficinas y los locales de comida rápida. Se trata de la herencia de Le Corbusier que arraigó en ese país como no lo hizo en ningún otro lugar.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades iniciaron una política tendente a favorecer esa división funcional, y a desincentivar el mantenimiento de las áreas centrales y de usos mixtos, es decir de aquellas áreas de la ciudad donde era posible residir, trabajar, comprar, ir a la escuela o disfrutar de los ratos de ocio, todo ello en un determinado espacio urbano.

Habida cuenta de que en las áreas destinadas a residencia no puede establecerse ninguna otra actividad, y en las de trabajo no se puede residir, el ciudadano norteamericano está forzado a desplazarse en automóvil de un lado para otro. Decía el sociólogo Jean Beaudrillard en su libro 'Amérique' que la auténtica experiencia metropolitana en los Estados Unidos es el desplazamiento en automóvil; y realmente es así. El coche es en América un artilugio precioso al que cada mañana nos adherimos cuan apéndice ortopédico, hasta llegada la noche. Pero esta absoluta dependencia del coche conlleva un descomunal derroche energético

Esta desmedida dispersión territorial, el 'sprawl', y la división funcional según las actividades, son los causantes de muchos de los males que aquejan a la ciudad y a la sociedad americanas.

Ya Howard Kunstler anuncia en su excelente libro 'The Long Emergency. Surviving the Converging Catastrophes of the Twenty First Century' (2005), las terribles implicaciones que una crisis energética conllevará para los Estados Unidos.

Pero además del colapso de la ciudad americana, y del propio país, como consecuencia de una futura crisis energética, son muchos los males producidos por el 'sprawl'. La obesidad, los problemas cardiovasculares y de otro tipo son consecuencia de ese sistema urbano. No puede sorprendernos que el último gran 'best seller' de los Estados Unidos sea un libro que trata de este terrible problema de la deficiente alimentación. Michael Pollan plantea en 'The Omnivore's Dilemma. A Natural History of Four Meals' (2006), los vaivenes de la cultura americana a lo largo de los últimos años, que han llevado a una situación como la actual de alimentación inadecuada para la salud. Un modelo que se extiende a todos los países del mundo industrializado, donde en los supermercados la sección de pre-cocinados ocupa día a día mayor espacio.

El fin de lo tradicional

Con todo ello, la ciudad tradicional, tal y como todavía la conocemos en Europa, ha desaparecido prácticamente allí. Y entiéndase como ciudad tradicional aquella donde existe esa mezcla de usos: residencia, comercio, lugares de trabajo, de esparcimiento, de educación, sanitarios, etc.; es decir, toda la riqueza y la complejidad propia de la ciudad de siempre. Entiéndase también como ciudad tradicional aquella de una cierta densidad y compacidad, donde reina un equilibrio entre lo construido (lo macizo) y los espacios públicos (lo vacío).

¿Cómo puede una ciudad sostenerse con una densidad de cinco viviendas por hectárea, es decir, por cada 10.000 metros cuadrados de suelo? Esto es claramente insostenible, y sin embargo es algo común en la mayoría de las ciudades de los Estados Unidos.

En el otro extremo, muchas ciudades asiáticas alcanzan densidades de casi 200 viviendas por cada 10.000 m2., estando con ello más preparadas para la anunciada crisis energética.

Decía Thoreau que «el mejor Gobierno es el que no gobierna». Si bien esta afirmación es muy radical, la profunda admiración de los norteamericanos hacia Thoreau es reflejo de una actitud de desconfianza hacia los políticos y hacia las intervenciones gubernamentales. Tal es así que el Gobierno tiene absolutamente limitadas muchas facultades que se ejercen por los ejecutivos europeos; entre otras el control efectivo sobre la planificación y el desarrollo territorial.

De aquí deriva el hecho de que lo público, dicho de otra manera, todo aquello que esté organizado por el Gobierno, no goce de ninguna confianza por parte del público. Y esto, como se ha demostrado con algunos de los más recientes acontecimientos, deja al Ejecutivo maniatado en cuestiones que resultan de primera importancia para la seguridad colectiva; así por ejemplo los controles en los aeropuertos que estaban en manos privadas tuvieron que pasar a manos gubernamentales, después de los ataques a las Torres Gemelas del 11-S en 2001; y recientemente se ha pedido un mayor control por parte del Gobierno sobre las entidades financieras tras el gigantesco fiasco y las quiebras de los últimos meses.

El acusado individualismo que conlleva esa desconfianza de lo público, y la idea de que cada uno ha de buscarse la solución a sus problemas, ha generado una notable carencia de determinados servicios que son muy necesarios para la sociedad. Estoy pensando en la sanidad; cuarenta millones de norteamericanos no tienen ningún tipo de seguro médico; y junto a esa situación, América dispone de excelentes centros hospitalarios famosos en el mundo entero, pero no accesibles a todos y cada uno de los ciudadanos.

Ya el anterior presidente demócrata, Bill Clinton, intentó establecer un servicio de salud similar al europeo, sin conseguirlo. Otro tanto podría decirse de la educación, en la que la distancia entre lo público y lo privado es en muchos casos, en la mayoría diría yo, muy notable; existen excepciones, con universidades públicas muy relevantes como las de aquellos Estados con notables recursos como Texas o California. Pero cuando una familia ha de pagar por un hijo tasas de matrícula para una universidad privada de al menos 35.000 dólares (26.000 euros) la cosa se presenta realmente difícil o inaccesible para la mayoría de los ciudadanos de los Estados Unidos; aunque creo que se ha de decir, para ser rigurosos, que el Gobierno concede muchísimas ayudas y becas a quien quiera ir a la universidad.

En cualquier caso, salud y educación, que constituyen los dos pilares sobre los que se basa el orgullo europeo de ser un continente civilizado, requieren mayor atención en la primera potencia económica del mundo. Y aquí habría que señalar que son muchos los que también afirman que el sistema europeo es a corto plazo insostenible, si no se gestiona con inteligencia; resulta muy interesante en este sentido el libro 'The Future of Europe: Reform or Decline', de Alberto Alesina y Francesco Giavazzi (2006), donde plantean la diferente visión que sobre el papel del Estado se tiene a cada lado del Atlántico, y cómo ello condiciona la política, los impuestos, la cohesión social, etc.

Complicados retos

El nuevo presidente deberá enfrentarse a los muchos problemas generados por el 'sprawl', y aplicar las soluciones que ya han sido apuntadas; deberá mejorar los servicios públicos y hacerlos más accesibles; reducir las grandes desigualdades sociales; en suma, una política que tropezará con la inercia de tantos años de un determinado modus operandi.

Nicolai Ouroussoff, el crítico de arquitectura del prestigioso diario 'The New York Times' señalaba el pasado mes de diciembre en un artículo: «Fue divertido hasta que el dinero se acabó». Ésta es una manera de retratar cómo los tiempos de crisis deben poner sobre la mesa las necesidades realmente urgentes, y olvidarse de tanta, de tantísima superficialidad y derroche económico sin ninguna finalidad social.

Terminaba Ouroussoff su artículo diciendo: «Si la recesión no mata a la profesión (se refiere a los arquitectos y a la arquitectura), puede tener algunos efectos positivos de largo alcance. El presidente Barack Obama ha prometido invertir fuertemente en infraestructuras, incluyendo escuelas, parques, puentes y viviendas sociales. Un cambio de dirección importante de nuestros creativos puede que esté ya próximo. Si gran parte del talento arquitectónico parece en dificultades, ¿por qué no enrolarlo en proyectar, en diseñar los proyectos que más interesan?, Ese, en cualquier caso, es mi sueño».

Y posiblemente el de Barack Obama y de tantos y tantos ciudadanos que ya están hartos de la banalidad, del glamur vacuo y del dispendio económico. Los tiempos están cambiando.