Opinion

Probablemente, los ateos no existen

El significado de las palabras depende del sentido que les demos. En cierto modo, todos somos ateos, con la excepción de los verdaderos místicos, que vivencian una íntima y continua presencia de Dios. Somos abrumadora mayoría los que no levantamos totalmente el vuelo de recurrentes pecados y faltas de humanidad que sin duda nos apartan un tanto de Dios, porque Él no se impone a nadie. En sentido práctico, pecar conlleva aceptar cierta dosis de ateísmo. Ser malo es negar a Dios con los hechos, aunque nos digamos muy creyentes. Lo de ser ateo no es mera cuestión teórica. Lo importante es vivir a Dios. Paradójicamente, hay ciertos ateos oficiales que, sin saberlo, viven algo más a Dios que algunos religiosos. Si algo significa Dios es el Absoluto. Y todo ser pensante busca un absoluto. Todos los que pensamos con profundidad, no podemos dejar de tener un valor o realidad suprema, un absoluto, un dios. La cuestión no es «dios sí o dios no» sino «qué dios». Y en esta cuestión podemos acertar o equivocarnos. Si nos encaminamos bien, nos abrimos a Dios. De lo contrario, caemos cada vez más en alguna idolatría o egolatría. Los ateos de verdad son los idólatras o ególatras. Pero incluso éstos tienen sus diosecillos íntimos. Algunos lanzan campañas como las de los autobuses: «Probablemente Dios no existe». Tal vez lo publicitan para intentar convencerse. Demuestran que probablemente no son ateos y que incluso no existen los ateos, sino más bien diversos adoradores de diversos dioses, entre los que están el propio ego. Por mi parte, puedo decirme ateo en el sentido de tener claro que no soy Dios. En cambio, estos ateillos de salón me resultan demasiado ego-teístas. No tienen tan claro que no son un dios. Les molesta la existencia amable de Dios porque les hace la competencia a su divismo.

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Pablo López López. Jerez