TRIBUNA LIBRE

No sin su Blackberry

ESCRITOR

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La prensa norteamericana no dejaba estos últimos días de darle vueltas al asunto de la Blackberry de Obama. Para quienes no estén al corriente, el nuevo presidente de Estados Unidos es un adicto a la maquinita, en la que consulta continuamente su correo electrónico. Gracias a ella, dicen, mantiene un canal de comunicación permanente con el mundo exterior. Hasta tal punto depende de su artilugio electrónico que se ha llegado a ver a la leal Michelle mandándole que lo guarde, durante un partido en el que jugaba una de sus hijas y del que Obama se había abstraído una y otra vez para atender el dichoso aparato.

El problema es que los protocolos de seguridad y confidencialidad que afectan a las comunicaciones del presidente de Estados Unidos, todas ellas clasificadas, le impedirían en principio mantener su adicción. Así se lo han hecho saber los expertos en seguridad, pero parece que Obama se resiste. No quiere perder su hilo directo con el exterior, cuando menos para aquellos mensajes que puedan considerarse estrictamente personales. Hace unos días, en medio de este pulso, a Obama se le cayó la Blackberry al salir de la limusina, momento que inmortalizó un fotógrafo en una imagen que resulta como poco simbólica: el ya inminente presidente, bajando algo desorientado del enorme vehículo blindado, y en el suelo, desarticulada, su Blackberry. El agente no pretendía otra cosa que evitarle a Obama agacharse, y parece ser que después de recomponerlo el cacharrito seguía funcionando. Pero la instantánea se convertía en la mejor representación del momento en el que ese hombre que se ha ganado el corazón de la gente por su accesibilidad y cercanía, por sus dotes de comunicación y por su capacidad de trasladar su mensaje e infundir entusiasmo a quienes no participaban en un sistema que los excluía sistemáticamente, se instala en el búnker central de dicho sistema y empieza a perder contacto con sus electores.

No sabemos si Obama sigue a estas horas con la Blackberry operativa, es decir, si se ha impuesto él o los celosos vigilantes de los secretos gubernamentales. Parece que sí van a dejarle tener un ordenador portátil en el Despacho Oval, lo que hasta ahora ningún presidente se había permitido. Sea como fuere, lo cierto es que el senador díscolo y el candidato alternativo han pasado a la Historia. Ahora Barack Hussein Obama es el 43º sucesor de George Washington, a quien, por cierto, no deja de evocar una y otra vez. Y George Washington, no será ocioso recordarlo, era un señor que tenía esclavos.

Necesitamos creer en este presidente de Estados Unidos: así lo demanda la calamitosa herencia dejada por su antecesor, un mundo en guerra y arruinado, y así lo merece este hombre que en su estilo, su carisma y su discurso tan netamente se ha apartado de la torpeza funesta de quien lo precedió. También hemos de saludar, como un acontecimiento de la máxima importancia histórica, el acceso a la más alta magistratura del más poderoso país de la Tierra de alguien por cuyas venas corre la sangre de los eternos desposeídos del planeta.

El comienzo no ha sido lo que se dice óptimo. No por el retraso o los balbuceos a la hora de pronunciar el juramento, que sin duda explotarán sus enemigos, o por el discurso, menos incisivo y brillante que los de la campaña. Sino por la trágica exhibición de Gaza, demasiado oportunamente empezada y concluida como para no pensar en su coordinación con el presidente electo, que tanto debe al lobby proisraelí norteamericano. No es éste, el de las bombas de fósforo y las ejecuciones extrajudiciales con misiles, el mundo dialogante que nos prometía aquel candidato de ensueño. Pero ése es, entre otros, el inconveniente de que al líder mundial lo elijan, con arreglo a sus intereses y condicionantes de todo tipo, los habitantes de un solo país.

A pesar de todo, ojalá puedas, Barack. Aunque a partir de hoy no conteste tu Blackberry.