LA HOJA ROJA

Canción de juventud

No era la película de Rocío Dúrcal, pero casi. Parecían regalos de Navidad. O mejor, lecciones de Navidad, como las que recibió Mr. Scrooge cuando el Ghost of Christmas Past le devolvió a su juventud y se reconoció con asombro en la imagen de un hombre feliz y lleno de ideales, ignorante del premio que la vida le tenía reservado en la gran tómbola del mundo y confiado, como Ícaro, en que sus alas resistirían el calor del sol. Juventud, divino tesoro, que decía el poeta, bendita locura que, aunque se cura con los años, mantiene latente el virus cuando el pasado vuelve a cruzarse en nuestro camino.

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Los vestíbulos de la Facultad de Filosofía y Letras sirven para algo más que para sacarles brillo. Hay estudiantes. Y esta semana le han hecho un brindis al sol encerrándose en protesta por la reforma universitaria que plantea el Plan Bolonia. De forma pacífica, sin convocatorias previas, «sin necesidad de asociarnos» como dice Lilian Delgado, han protagonizado su particular huelga a la japonesa. No han faltado a clase, no han movilizado más que a los que se han quedido movilizar «mediante el boca a boca», de Filosofía y Letras, de Medicina, de Empresariales, de Derecho, de Ingeniería, incluso alguno de Bachillerato con conciencia social -un rara avis, de premio- movilizando a los que han querido manifestar su disconformidad con lo que se cuece en la trastienda de las aulas, con los que juegan con su futuro, insisten, los que pretenden convertir la Universidad en un negocio.

Reaccionan, estos también, ante la falta de información, ante la información sesgada, ante la propaganda del Ministerio, de la Unión Europea, ante la pasividad de sus propios compañeros. Defienden -con toda la ingenuidad de su juventud- que los años universitarios son trascendentales para la «formación del espíritu crítico», convencidos, como Lorena Garrón, de que las carreras de letras son determinantes para el desarrollo intelectual de la sociedad. Instalados, aún, en esa época en la que uno piensa que los sueños se cumplen, en esa época en la que uno todavía no sabe que los curriculum de los formados en el espíritu crítico acaban en los últimos cajones del último mono de las empresas, en esa época en la que uno desconoce el secreto mecanismo por el que llegan las cosas a la nevera. Tienen su punto entrañable. Hablan de diálogo y de «referéndum vinculante» en el que tengan la oportunidad de exponer también sus ideas. Que les hagan caso, que no quieren estar pagando durante 35 años la beca-crédito que plantea el Plan Bolonia, que no quieren hipotecarse por tener un título universitario. Luego, con los años, se hipoteca uno por lo que sea, pero aún no lo saben. Por eso se han encerrado du-rante una semana.

Y allí han estado, algunas noches más de 50 jóvenes, entre sacos de dormir, bolsas de supermercado y restos de comida. Sin molestar y sin que les molesten. Lilian y Cristina de Toledo, las dos de Historia, destacan el apoyo que el Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Manuel Arcila, les ha brindado aunque haya sido un apoyo logístico -«no opinamos igual que ellos»- pero agradecen la calefacción que les ha calentado las horas más frías de la noche, y el espacio en el que han podido desarrollar su peculiar protesta repleta de actividades culturales, cine, lecturas dramatizadas, mesas redondas, sesiones informativas, foros de debates. Agradecen el apoyo de la prensa y se muestran ilusionados porque siguen pensando que otro mundo es posible.

No conocen al fantasma de la Navidad futura, aunque se lo imaginan. Se resisten a admitir que ninguna em-presa ofrecerá prácticas, ni siquiera de las de Bolonia -que son de las que encima hay que poner la cama- a los estudiantes de Letras. Se resisten a pensar que más de uno acabará de reponedor en el Toys'r'us con el título universitario quemándole la sangre un día tras otro. Defienden que la educación y la sanidad son competencia del Estado y que este no puede desentenderse de la formación intelectual de la juventud. Hablan de una Universidad de debate, de discusión, de análisis, de una Universidad que sólo hemos vistos en las películas, y a veces, ni eso.

No pude reconocerme en ninguno de ellos, pese a compartir desde la distancia que dan los años todas sus preocupaciones. Quizá porque a su edad a mí ya me habían visitado los tres fantasmas de la Navidad y hasta algún que otro Scrooge que vino a quedarse para siempre. Quizá porque a los de mi generación nos importaba más la independencia económica que la conciencia social.

El jueves, levantaron su encierro después de un encuentro de más tres horas que mantuvieron con el Vicerrector de Tecnologías de la Información e Innovación Docente, -con Eduardo Blanco, para entendernos-. Después de reclamar nuevamente una información que, en cualquier caso, nunca les va a favorecer. Recogieron sus carteles -una lástima, porque alguno sacudía fuerte- y sus bártulos. Ya estaban ha-blando de un nuevo encierro, después de las Fiestas. Las vacaciones de Navidad son las vacaciones de Navidad. Y hay que volver a casa.

No pude reconocerme en ninguno de ellos, pero confieso que me habría gustado. Porque es siempre una esperanza saber que hay quien está dispuesto a la disidencia, a la heteorodoxia sin reproches, sin violencia, con la seguridad de que es eterno un instante. Porque es siempre una esperanza saber que hay jóvenes, porque sólo cuando se es joven se ven las cosas o blancas o negras. Aunque después terminemos por admitir que existen los colores, aunque después nos instalemos en el sistema, aunque nos cueste admitir que lo que nos gustaría es Volver a los diecisiete/ después de vivir un siglo/ Es como descifrar signos/ sin ser sabio competente, que dijo Violeta Parra.