EL COMENTARIO

Desconsuelo

Un buen burro es aquel que lleva orejeras opacas sin sentirlas siquiera; aquel que gira en torno a la noria siguiendo la huella de la zanahoria sin inmutarse, ni lamentarse en exceso. El burro ideal es aquel que mira su zanahoria sabiéndola propia, pagada con el sudor de su ceguera, mientras ignora al resto de los burros. El burro ideal tira de la noria mientras vive pendiente de un escenario donde ni ha sido invitado, ni lo será jamás. Al buen burro sólo le interesa la consistencia de su propia zanahoria mientras toma partido por los actores del escenario que, ni actúan para él, ni sienten el peso de su sombra. Un día sí, otro también, el burro discute sobre las declaraciones soberanas de las sombras en el escenario, opina sobre ellas temiendo ver un día desvanecerse la sombra de su propia zanahoria. Con todo, lo mejor es saber que la perfección del burro radica, en realidad, en saber que todos sus esfuerzos en torno a la noria, sirven para mantener el buen uso el admirado escenario.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Obama gana las elecciones del Imperio, pero eso no impide los abusos y atropellos a los palestinos; la soberana habla del matrimonio homosexual, mientras los niños mueren en el Congo de manera brutal. Los banqueros y brokers se parten el pecho en una carcajada sin resquicios mientras el burro corre un poco más para pagar la subida de su hipotecada zanahoria.

El burro se lame sus tristes melladuras sobre el pellejo, sin desviar la vista del escenario, justo al lugar donde lo dirigen las orejeras, sin enterarse de que otros burros, vecinos invisibles, también se lamen las mismas melladuras. Y una mañana, o una tarde, en una plaza cualquiera, frente a las oficinas de cualquier servicio social o dependencia municipal, o casa parroquial, o cocina económica, otro burro, con la orejera rota y el desconsuelo en carne viva, se quema a la vista de todos dejando al descubierto la única verdad vedada al burro: la vida, al otro lado del escenario, es frágil y vulnerable, terrible, definitiva y con fecha de caducidad, tan sólo la mirada compasiva sobre el dolor del otro, que es el nuestro, la dignifica, humaniza y evita la ceguera de las orejeras.

Saben lo peor, podría hacer una lista de los políticos del momento, recitar frases intrascendentes de reinas con peinado impecable; incluso puedo nombrar las décimas que ha bajado el euríbor, pero no logro recordar el nombre de ese ser humano que, hace unos días, se quemó ante nuestra indiferencia. Habitamos en la soledad del desconsuelo por cobardía o por haber llegado a ser el burro perfecto del teatro.