PINCHITO MORUNO

Memoria gastronómica

ué semana más estresante ésta que ha pasado. Ha sido la semana de los yogures. Todo el mundo debatía si era cierto que en Cádiz es donde los yogures con pedacitos están más caros que en ningún lado, como si los pedacitos que les echáramos aquí fueran ibéricos de bellota. Es que estoy viendo que alguna agencia de viajes avispada puede organizar una magnifica excursión a Zamora, la ciudad más barata según el estudio hecho por el Ministerio de Industria, a comprar yogures y leche semidesnatada.

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Cádiz no puede ser caro. Si aquí hay tres por dos en todos los supermercados y hasta el Ayuntamiento lo practica. Hace dos cosas y te las multiplica por tres en las vallas de propaganda. Me han dicho que se prepara incluso un golpe de efecto para demostrar la baratura de Cádiz y es que Obama venga a comprarse el traje de investidura en Isi y, de camino, asista a la erizada, sobre todo porque Jílari Clinton le ha contado al marido Bill lo de los lengüetazos al marisco y él ha dicho que eso no se lo pierde «porque lo de los lengüetazos me trae muy buenos recuerdos».

Pero si hay un sitio barato hoy para comer y bien ése es Trebujena. Allí celebran la fiesta de la cocina y el mosto, lo que traducido resulta que se guisarán un montón de garbanzos, de papas aliñás, de carne en salsa y de cardillos y todo se repartirá entre los 12.000 asistentes que se esperan al evento, que cumple ya 30 años.

Trebujena conmemora así la llegada del nuevo vino del año, de los mostos de la localidad que tanta fama tienen y lo hace recordando un plato de la posguerra española, un plato de la memoria gastronómica que es otra memoria, afortunadamente mucho menos trágica, que se recuerda aquí con buen humor. En las casas de Trebujena, cuando la carne más que se veía en el Diccionario Enciclopédico Ilustrado, se hacía un guiso en el que se cambiaba la preposición y de ser garbanzos con conejo, pasaban a ser garbanzos como conejos. No hay error tipográfico, hay falta de conejo y lo que pasaba es que los pobres míos estaban una jartá de tiesos y los garbanzos se guisaban con mucho arroz y muchas especias y aquello estaba hasta bueno porque no le faltaba ni la hojita de laurel.

Es bueno, también, recordar aquellos años con buen humor como se hace en Trebujena donde se pasó mucha hambre como en Barbate y donde cuentan que en la posguerra, cuando no se podía salir a pescar, se guisaba el arroz con piedras del mar, para darle al caldo el sabor. Luego se quitaban del puchero y se ponía el arroz, por lo menos había saborcito. En El Puerto se recuerda otro plato de nombre singular: las papas en columpio, llamadas así porque aquello lo único que tenía era mucha agua y, en medio, dos trozos de patata que se columpiaban en el caldo.

Son historias simpáticas, aunque tienen un trasfondo dramático, el del hambre que se combatía con imaginación. Mi madre también me cuenta cómo mi abuela María le preparaba «papas en escándalo» y lo cierto es que eran escandalosamente sencillas, porque lo único que llevaban era cebolla, pimiento y algo de tomate. A ella, como estaba debilucha, su madre, de tapadillo, y sin que se enterara el resto de la familia, le cuajaba un huevo para que aquello tuviera algo más de vitaminas. Los curas, entonces, luchaban contra la tentación de la carne, pero la gente la única tentación que les hacía abandonar la fe en el Santísimo era ver un buen bisté, que eso si que era una tentación, y más con papas.

Trebujena celebra hoy con buen humor la llegada del nuevo vino pero también recuerda los años del hambre, su memoria gastronómica. Para muchas personas mayores no deja de ser un chiste que ahora, cuarenta años después, con lo que pasaron, del único régimen del que se hable es del que sirve para no engordar, que es la enfermedad de los ricos. Qué alegría que sea así. Felicidades, Trebujena. Q