El creador de la Ópera de Sidney, en una imagen de 1984.
OBITUARIO

Jorn Utzon, a gift from God

Jorn Utzon ha muerto. Es uno de los más grandes arquitectos europeos de la segunda mitad del siglo XX. En Mallorca, no hace ni dos semanas, celebrábamos a Utzon con un Encuentro Internacional en su honor. Peter Davey, Richard Weston, Adrian Carter, Lene Tranberg, Elizabeth Tostrup, Michael Asgaard, Joana Roca, Jaume Ferrer y yo mismo, no sólo celebrábamos al maestro con sendas reuniones de trabajo en Can Lis y en Can Feliz y en la Fundación Miró, sino que el último día como gesto familiar, le escribimos con el corazón una postal que será el último texto que quizás haya leido el maestro.

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Y es que hemos celebrado en este 2008 los 90 años de Jorn Utzon. Y debo decir que para mí tiene un significado especial. Mi padre acaba de cumplir cien años el 5 de noviembre, con una muy buena salud corporal y mental, con muy buen humor y con una generosidad extrema. Y con muchos puntos en común con nuestro arquitecto. En una entrevista en Diario de Cádiz, confesaba que está así «porque amo la vida humana y la considera un regalo divino».

Y cuando leía en el magnífico libro de Richard Weston so-bre Jorn Utzon, el maestro, su declaración: «Being an achitect means having a wonderful profession: For me it has been a gift from God», me acordaba de mi padre.

Ambos, los dos, además de coincidir en su agradecimiento a la Providencia divina, son personas de una gran coherencia. Ambos tienen esa mirada limpia de ojos claros que hace patente a los cuatro vientos esa coherencia de vida que a uno le gustaría tener.

De mi padre, como buen cirujano, subrayaría la capacidad de análisis, y de Utzon, como arquitecto excepcional, la capacidad de síntesis.

Recuerdo cómo las primeras noticias sobre Utzon me llegaron, nos llegaron a los de mi generación, de la mano de un jovencísimo Rafael Moneo que trabajó con él cuando la Ópera de Sydney y que fue profesor mío en 1967. Nos habló del proyecto de las viviendas en forma de ELE de Skane en 1953, e in-cluso creo recordar que llegamos a dibujarlas. También es posible que fueran algunas de sus derivaciones, las de Bjuv en 1956 o las de Elsinor en 1956.

Moneo había trabajado con Utzon en 1961. Cuentan que, como carta de presentación, llevó al maestro un par de botellas de un vino de Rioja muy bueno. Utzon que sabía apreciar y gustaba del buen vino no pudo negarse ante tamaña petición. Cuando en 2003 le dieron el Pritzker a Utzon, Moneo, a quien ya le habian dado el mismo galardón antes, generosamente confesó que «le había emocionado más que el que recibió él mismo».

Se cuenta además, que cuando el comité del Pritzker fue a visitar a Utzon por primera vez a Dinamarca en 1997 con la intención de darle el Premio, el maestro, displicente, no les recibió y decidieron dárselo aquel año a Sverre Fehn. Cuando, en 1992, el joven arquitecto Alberto Morell que había sido uno de mis mejores alumnos y que ahora da clases conmigo como Profesor Titular de Proyectos en la Etsam, intentó trabajar con Utzon, le hice una carta de recomendación acompañada, vanidoso de mí, de la última publicación que me habían hecho por entonces. El intento fue fallido.

Debí aconsejarle mejor para que hubiera llevado unas botellas de buen vino. Pero al poco tiempo recibí una curiosa petición de trabajo: Jesper Ravn, un joven arquitecto danés que trabajaba en el estudio de Utzon le preguntó qué hacer aquel verano. El maestro, sonriendo, le dio aquella publicación mía y le indicó que viniera a trabajar conmigo a Madrid.

Pueden suponer ustedes que ante tal elogio no fui capaz de decir que no.

Con Jesper Ravn hicimos una gran amistad que perdura porque, como arquitecto y también como persona, es excepcional. Tras aquel verano de prácticas, tanto Alberto Morell como yo le propusimos hacer juntos una visita al maestro a Mallorca. Para verle y para intentar que nos enseñara Can Lis y Can Feliz. Y vive Dios que lo conseguimos. Utzon nos citó y nos recibió puntual y cariñoso. Nos enseñó todos y cada uno de los rincones de la casa, de Can Lis.

Terminó ofreciéndonos un zumo de naranja y nos hicimos unas fotos con él. Como nadie quería quedarse fuera de aquella imagen, pusimos el automático a la cámara. Cuando sonó el disparo el maestro hizo un pequeño movimiento.

El resultado fue una simpática imagen donde a todos se nos ve felices y a Utzon se le reconoce tras una gran flor, un hibiscus que casi le tapa. Picardía y sabiduría del maestro.

Como resultado de aquella visita escribí un texto corto pero intenso sobre Can Lis con el título de Más mar donde analizaba la casa y los eficaces mecanismos que el maestro había empleado allí para conseguir esa verdadera obra maestra. Se publicó en El País y en algunos otros medios.

Y como el texto es corto, no me resisto a transcribirlo: «En aquel ya lejano y calmo día de plácida luz estival, Jorn Utzon, el arquitecto maestro, estaba silenciosamente atento, sentado en su silla de enea, en las obras en curso de su ya mítica casa en Porto Petro. El maestro dentro, fuera el mar y el cielo de insultante belleza. El arquitecto en la sombra, en la luz el paisaje. La luminosa escena se enmarcaba con la sombra construida. Construida y definida con precisión en los huecos de las grandes ventanas, sensiblemente cuadradas. El umbrío espacio interior, era más alto de lo habitual. Lo que los arquitectos han dado en llamar un espacio de doble altura. Los huecos, con la dimensión que marca la figura humana.

Dintel, jambas y umbral, eran los cuatro costados con los que se armaba el marco que ponía en valor, glorificándola, la muy impresionante naturaleza exterior: nada menos que todo el antiguo mar mediterráneo quedaba allí encerrado. El espectador arrobado ante una suprema obra de arte.

Pero pensó el arquitecto, todavía sentado, que había demasiado cielo. Que el mar de Mallorca era de una hermosura simpar. Y que él había abandonado las nórdicas brumas de Copenhague por aquello que allí delante se hacía presente con tan infinita calma. Y que si estaba allí, es porque quería ese mar. Más mar. Y el sabio creador se inventó un sencillo mecanismo de arquitectura para que el mar prevaleciera. Y para hacer para sí para siempre, atrapándolo en aquel marco de sombra, al luminoso Mare Nostrum.

Con la ancestral sabiduría de un viejo druida, puso las piedras en trompa. En esviaje que dirían los entendidos. Inclinó el dintel hasta la línea precisa. Encañonó las jambas, como quien entorna las hojas de una puerta, hasta alcanzar la posición exacta. Y mantuvo la magnética horizontal del umbral, para dar al mar apoyo. Por fuera, un sencillo cristal que no se ve y desaparece. Como un mago que conociera los secretos del control del espacio, los conoce y bien, tocó el maestro todo aquello con su varita mágica y, !Ale hop!, se hizo el hechizo: la luz allí quedó tan bien tensada, que allí hay hoy mucho más mar. Más mar que cielo. Y una belleza inmensa. Utzon, el maestro».

Y hace poco, tuve el honor de ser invitado a formar parte del tribunal que debía juzgar una tesis doctoral, sobre Utzon, del arquitecto Jaime J. Ferrer Forés. Él fue la causa eficiente del reciente Encuentro Internacional que he citado al comienzo de este texto celebrando a Utzon.

La espléndida Tesis, hoy convertida en paperback sobre Utzon, es un documento imprescindible sobre el maestro. Todo está allí. Y hoy, aquí, nuestro corazón se llena de tristeza por la muerte de Jorn Utzon, el maestro.