Opinion

Pongamos que se llama Li

Llámemosla Li, porque nadie -al parecer- ha sido capaz de averiguar su nombre. Recordemos, para ponernos en antecedentes, que Li (el nombre de mujer más popular en China) es la última víctima de la violencia machista en la provincia. Acuérdense que Li terminó en una maleta, troceada, en un piso de Jerez y que hubiera desaparecido en algún basurero sin que tal vez nadie reparara en ello, porque como ya se sabe por los miles de chistes que se cuentan al respecto, no hay entierros de chinos.

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Así que en este drama tarantiniano, el chiste se convierte en realidad. Los chinos se llaman todos igual. Los chinos desaparecen sin pasar por las morgues. Y además, como son muchos y son todos iguales, nadie les echa de menos.

Decía Woody Allen que entre las dos tristísimas posibilidades que existen en una ruptura (ser abandonado o el que abandona) él elegía la segunda, por dolorosa que fuera la situación.

En este caso, entre ser mujer y ser extranjera, yo elijo la primera. Porque juntarse con los dos factores en un mismo pasaporte, a priori, no te pone en los primeros puestos de la pole. El tercer factor sería ser pobre. Eso ya, directamente, es una putada.

Así que Li se enfrenta al más inmediato olvido, hasta que llegue otra que sí tenga nombre, por aquello de que ser española, pese a lo que digan algunos, todavía te da algunas ventajas. La primera: que tu esquela puede salir publicada sin que nadie tenga que deletrear nada.

Me acuerdo de Li y me acuerdo de todas las mujeres que murieron sin ningún fin, justo cuando queda poco para que todo el mundo haga los recordatorios de rigor. El día 25 de noviembre se celebra el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. Pocas mujeres -incluidas las feministas- saben que la ONU eligió ese día por las tres hermanas asesinadas en República Dominicana a manos de los esbirros de Rafael Leonidas Trujillo, cuyos restos descansan con una placa bien grande en el Palacio del Pardo. Para que luego digan que la muerte nos iguala a todos.