MEDICINAS. Juan Pedro insiste en posar con ellas. / C. O.
Jerez

Un extraño en el mundo de los cuerdos

Juan Pedro González, esquizofrénico y con disminución mental, cobra 328 euros mensuales y vive en una pensión

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Juan Pedro González casi siempre repite dos veces todo lo que dice. Mira a los ojos cuando habla, pero acaba perdiendo la mirada en los discursos largos, que son la mayoría. Es como si tuviese que mantener la concentración en el intento por hilar un relato coherente. Cuesta entenderle por culpa de un problema que padece en las cuerdas vocales. Padece, además, una esquizofrenia con brotes psicóticos -aunque hace ya meses que no le da ninguno- y una disminución mental.

Es un fijo en la Rotonda de los Casinos los lunes, martes, miércoles y viernes por la noche, cuando voluntarios de Cruz Roja reparten por diferentes puntos de Jerez bebidas y alimentos a las personas necesitadas. La noche de su encuentro con LA VOZ es el primero en llegar. Lo hace dando cuenta de un tomate cuyo jugo ha llenado de manchas su jersey de pico y color crema. Colgadas del brazo izquierdo, unas bolsas de plástico repletas de medicinas que muestra con orgullo a todo el que quiera escucharle.

Sus 'hogares'

Vive en una pensión del centro de la ciudad. Cáritas, El Salvador y Servicios Sociales del Ayuntamiento le ayudan a pagarla porque sólo percibe 328 euros de paga no contributiva, mientras ese alojamiento cuesta 600 al mes. Lleva allí aproximadamente año y medio. Antes ha pasado por otros muchos sitios, incluidos centros de salud mental a los que, según insiste, no quiere regresar.

Quizá muchos jerezanos le recuerden de la época en la que dormía en el soportal del BBVA de la Rotonda de los Casinos. Allí pasó bastantes años, haciéndose conocido entre los vecinos y los transeúntes habituales de la zona. Eso fue en la etapa en la que vivía en la calle, una experiencia que tampoco quiere repetir, porque afirma que «hay gente muy mala». Y señala sobre todo «a los enganchados, que me pegaban y me quitaban el dinero».

Días calcados

Sus días suelen ser un calco unos de otros. Se levanta relativamente temprano. Entre las ocho y las nueve de la mañana ya suele estar en pie. Desayuna en la pensión y se va a San Francisco, donde le conocen bien porque aparece a diario para pasar las horas junto a la puerta pidiendo dinero a los que entran, salen o pasan por allí. Aunque no quiere decir cuánto, reconoce que acostumbra a sacarse el dinero suficiente para comprar tabaco y zumo de naranja, otro de sus grandes vicios. «Se los bebe por litros», apunta Toni Guillén, educador social de El Salvador.

Antes de mediodía, sobre las once y media, va al comedor social de las Hermanas de la Caridad. Guillén, que es quien le lleva el control, le suministra el ansiolítico y el tranquilizante que le corresponde tomar. De paso, aprovecha para llevarse leche y/o zumos. Pero no come allí desde hace un tiempo; prefiere la comida que le ofrecen los responsables de la pensión.

Las tardes son también un calco unas de otras. Se echa la siesta después de comer y, luego, a San Francisco de nuevo. Cena de nuevo en la pensión y los lunes, martes, miércoles y viernes por la noche va a la Rotonda de los Casinos a esperar a los voluntarios de Cruz Roja que reparten comida y alimentos en diferentes puntos de la ciudad. Su objetivo vuelve a ser el mismo: leche y zumos. Nada de comida, sólo bebida.

Dice que las artes marciales son otra de sus grandes pasiones. Los que le conocen confirman que se trata de una afición real que ha practicado durante bastante tiempo con gran soltura. Pero lo que le pierde es el tabaco. Reconoce que fuma entre tres y cuartos paquetes diarios. No exagera. En una hora de conversación ha dado cuenta de siete cigarrillos, prácticamente uno detrás de otro. Acepta todos los que le ofrecen, sin importar que sea negro o rubio ni que aún tenga uno encendido.

Pero lo que acepta con más agrado, como la mayoría de personas sin hogar, sin techo e indigentes, es la disposición a escucharle, lo que más necesita y lo que menos recibe.

wjamison@lavozdigital.es