NADANDO CON CHOCOS

Cádiz también puede

A veces el mundo baila la danza de la historia sobre las puntas de palabras muy sencillas: 'Sí' contra 'No'. Ganó el sí en avalancha, sin importarle un pimiento al gentío la última depresión de los analistas, ni los miedos de los asustaviejas de la política internacional, ni esa legión de oradores del miedo, curadores de sus pueblos conservados en bolas blancas de antipolillas, como viejísimos y desdibujados cadáveres. Decenas de millones han gritado 'Yes we can' por encima del casposo hombro de la legión del 'No you can't'.

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Cierto es que el mundo está en las últimas, pero lleva así desde antes de ser mundo. No son nuevos el hambre, la injusticia, ni la absoluta certeza de que los humanos tienen las horas más que contadas. Tampoco es nuevo el derrotismo. Al primero que puso las chuletas de mamut al fuego vuelta y vuelta el debieron de llover catanas del cielo. ¿Pero si esto siempre se ha tomado crudo! El hombre lo sabe y se lo susurran desde que pone un pie fuera de la cama: «Nunca serás nadie, nunca tendrás ese coche y te vas a morir, pero antes te van a echar del curro». La dificultad de cambiar es vieja, pero la esperanza en el cambio estaba antes.

Los gaditanos saben de ambas. De romper fronteras y también de construir murallas. Últimamente están más por lo segundo. Claro que los derrotistas debieran leer más el periódico. Si el hijo negro de un keniata y una rusa ha llegado a la Casa Blanca no hay nada que les impida pensar que Cádiz no puede salir de las colas de todas las estadísticas, que no pueden montar un negocio con futuro, sacudirse el mal fario, dejar de ser un chiste de ellos mismos, ganarle al Real Madrid y comerse el mundo en adobo. Desde que Barack Obama es presidente de los Estados Unidos los derrotistas tienen dos opciones: hacerle caso a Santa Teresa y saltar de su sombra a su sol, o estarse calladitos. Al menos.