IMAGEN HISTÓRICA. Un empleado judicial comprueba la legalidad de una papeleta en 2000. / AP
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Día de partido

Recordada por el escándalo electoral de 2000, cuando Bush ganó por 500 votos a su rival, Florida se afana por borrar esa desastrosa imagen

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«Este estado está corrupto. Lo estaba hace ocho años, cuando robaron las elecciones, y lo sigue estando ahora, a pesar de que Jeb Bush ya no sea gobernador». Kevan, estudiante en la Universidad de Florida en Tallahassee, se refiere al escandaloso resultado en las elecciones presidenciales de 2000, cuando 500 votos dieron el triunfo en este estado a George Bush sobre su rival, Al Gore. La Corte Suprema de Estados Unidos paralizó el recuento y Jimmy Carter abominó del proceso electoral, con tarjetas cuyas perforaciones estaban 'defectuosas'. Ya no gobierna el hermanísimo del presidente, pero Florida sigue siendo el cuarto estado en importancia del país. Quien gana obtiene 27 delegados o electores de los 270 que se necesitan para ocupar la Casa Blanca.

Kevan parece el único habitante de Tallahassee que no se encuentra alterado por el acontecimiento del otoño: mañana juegan los Seminolas -el equipo de fútbol de Florida- contra Virginia Tech. Es el 'parent's weekend', el fin de semana de los padres, y los hoteles de la ciudad están de bote en bote. A diferencia de Europa, aquí las familias se divierten juntas. Las mesas de Andrew's rebosan de padres e hijos vestidos con camisetas de su equipo. Beben Budweiser siempre en botellín. Las camareras lucen unos pantaloncitos cortos que entre nosotros desatarían la ira de las feministas. Hasta existe una franquicia por todo el sur, Hooters, cuyo reclamo son las chicas explosivas. No son 'puticlubs' sórdidos, sino luminosas hamburgueserías con escotes.

Tallahassee es la capital administrativa de Florida, un sitio de gente bien cuya idiosincrasia la emparenta más con Georgia que con el resto de la turística península. Los políticos se reúnen en el Capitolio, las iglesias lucen impolutas y los restaurantes tienen la carta en francés. En la calle principal, el portero negro del Governor's Club abre la puerta a los socios (blancos) con un «buenos días, señor». Se ven camisas de Ralph Lauren, un lujo asiático para el americano medio. Las aceras de Monroe Street están flanqueadas por BMW, Mercedes y Lexus. Los más jóvenes, cachas y con dentadura de anuncio, visten la sudadera con el nombre de su 'college'. Dos campus universitarios se disputan los alumnos en el corazón de la ciudad.

Veinte pantallas para los días de partido y una foto de Burt Reynolds ('quarterback' en Tallahassee allá por 1954), no parecen impresionar a Kevan, ajeno al bullicio del bar. Suenan los Eagles. «Florida no tiene un color político definido, pero puede decidir las elecciones por la cantidad de votantes que aporta a la contienda». Para evitar otro escándalo, el nuevo gobernador, Charlie Crist -también republicano-, ha aprobado una ley que impide que los resultados puedan decidirse por recuento manual. «Las máquinas electrónicas, que no dejan constancia del voto en papel, ya se utilizaron en las elecciones legislativas hace dos años. Y hubo problemas. Se perdieron 18.000 votos en Sarasota, al oeste del estado, porque esas máquinas los registraron como abstenciones».

Celo en los aeropuertos

Kevan no miente. Las autoridades podrían aplicar en las urnas el mismo celo que emplean en los controles de seguridad en los aeropuertos para los vuelos domésticos. Un pasaporte no estadounidense o un billete adquirido sin antelación son sinónimo de un cacheo exhaustivo. Todos los pasajeros sin excepción se descalzan, pero sólo unos pocos elegidos ven cómo sus pertenencias son escudriñadas con unos algodones en busca de explosivos. Manuel, un portorriqueño sanguíneo y risueño, de paso en Tallahassee, no tiene ese problema: siempre viaja en autobús porque no puede pagarse un billete de avión.

Conmueve y entristece a la vez el orgullo de Manuel, con su ajada camiseta de la constructora para la que ha estado trabajando en Texas. Se lee «Huracán Grace. Reconstrucción de tejados». Hasta lleva todavía al cuello su carné de currela. «Vivo en Orlando desde que vine de Puerto Rico a los once años. Últimamente la cosa está mal, y hay mucha gente que se va de la Florida hacia Texas en busca de trabajo en la construcción». A Manuel se le murió su padre hace tres semanas y no pudo ir al funeral. «Quiero volver algún día. Allí tengo casa, mi papá me la ha dejado en herencia. Los gringos siempre se han portado bien conmigo, y me gusta este modo de vida. Trabajas de lunes a sábado y el domingo estás con tu familia. ¿Delincuencia? ¿Racismo? Donde hay es en Puerto Rico».

Sucesión de hoteles

Al abandonar Tallahassee emerge la Florida del imaginario popular. La costa del golfo de México es una sucesión de hoteles, apartamentos y 'resorts' enclavados en ciudades con divertidos nombres de origen indio: Pensacola, Apalachicola, Chattahoode... Hasta hay una Panama City Beach. Podrían pasar por edificios de la Costa del Sol, lo que no encaja son las playas salvajes de dunas con arena blanca y un mar que se adivina inmenso.

Lejos de la sofisticación de Miami, hay moteles que ofertan la noche a 36 dólares (29 euros), 6 (4,9 euros) más con el canal HBO. En el Super 8, Jan limpia la piscina y cuenta que Panama City Beach es el principal destino de vacaciones del país en primavera. El resto del año se nutre de jubilados. Al igual que Kevan, estudia y trabaja. Y también pasa del fútbol. «¿Estás recorriendo el país? Dime cuánta gente has visto leyendo un periódico o un libro en el metro. ¿Tanto hablar de Obama y de McCain...! Ninguno de ellos ha tocado el tema fundamental: la educación. ¿Sabes lo que cuesta ir a la universidad aquí?».

Jan refleja un sentir popular que no sabe de simpatías políticas: «Hemos empezado a hablar de crisis cuando los sueldos de los consejos de administración han empezado a tambalearse». En el 'Florida Flambeau', el periódico que editan los estudiantes de la universidad desde 1917, habla Susan Pynchon, directora de la Coalición para unas elecciones justas: «En Florida se han registrado una gran cantidad de nuevos votantes, en su mayoría demócratas, que pueden tener problemas para votar por las demoras a la hora de procesar la información. Si la elección es reñida saldrán los trucos sucios».