EXTREMA VIGILANCIA. La Policía de Nueva Orleans emplea todos sus esfuerzos en el emblemático Barrio Francés, mientras descuida otras zonas. / OSKAR L. BELATEGUI
MUNDO

«Haz diques, no la guerra»

Es el barrio golfo de Estados Unidos, donde se oferta un 'tour-post-Katrina' que recorre las zonas afectadas por la catástofre y los latinos son los verdaderos parias

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James Nolan se asomó hace un mes al balcón de su casa en el Barrio Francés de Nueva Orleans y vio que los militares le apuntaban desde la calle. Amenazaba el huracán Gustav y se decretó el estado de sitio. «Querían otra vez que nos fuéramos de la ciudad. Yo me encerré en casa y me puse a ver en televisión la convención del partido republicano. Entonces entendí cómo se sentía la gente durante el franquismo». Poeta, escritor y periodista, traductor al inglés de Neruda y Gil de Biedma, Nolan cubrió para The Washington Post la catástrofe del Katrina. Vivió diez años en Barcelona, pero acabó volviendo a su ciudad natal. «Yo les digo a mis amigos españoles que vengo del Tercer Mundo. Nueva Orleans es como un amigo yonqui».

Cuando el avión inicia el descenso sobre ciénagas de agua negra y dedos de tierra se entiende que casi el 80% de la ciudad, encajonada entre el Mississippi y el lago Pontchartrain, quedara anegada en agosto de 2005. El bochorno empapa de sudor. Los cementerios que bordean la autopista sorprenden con tumbas elevadas sobre el suelo, una suerte de panteones para pobres. Como ironiza Nolan, «aquí se protege más a los muertos que a los vivos». Nueva Orleans no sólo es el Barrio Francés. Tiene su impersonal downtown o centro financiero, con rascacielos y hoteles. Y suburbios donde sólo una manzana separa mansiones de guetos. «Make leeves, not war». «Haz diques, no la guerra», se lee en las camisetas para turistas del barrio más golfo de Estados Unidos. Hasta se oferta un tour post-Katrina que recorre las zonas afectadas. Estas calles mil veces fotografiadas se salvaron. El olor a humedad que flota en las estancias debía de venir de antes. En Bourbon Street apesta en cambio a bar de copas por la mañana, a alcohol y tabaco. Hay locales de striptease y fotos de chicas en cueros, algo insólito en un país con quioscos sin revistas porno. Una placa recuerda que cuando Nueva Orleans era la capital de la provincia española de Luisiana, allá por 1762, era la calle de Borbón.

Decadencia genuina

La decadencia genuina hay que buscarla fuera de este abrevadero para turistas, para quienes se han abierto hotelitos con encanto, restaurantes finos y galerías de arte. «Somos un burdel, hay que aceptarlo», constata Nolan. «Cuando los neoyorquinos se quejan de la disneyficación de Times Square, se preguntan resignados encogiéndose de hombros: «¿Qué prefieres, un matón o un turista?». En el cercano Faubourg Marigny aparecen cafés con jóvenes blancos bohemio-alternativos, licorerías en las que abrir la puerta es un reto y garitos como Molly's, donde Joe y su perrito retan a una bebida bautizada car bomb, a cinco dólares y medio (4,30 euros). La pachorra a la hora de servir los platos cajun es una costumbre local, lo mismo que la omnipresente música. En cualquier bar de mala muerte tocan blues y dixie con tanta maestría que podrían figurar en un festival de jazz europeo. «El alma de Nueva Orleans reside en la música y en la comida», zanja Josefa Salmón, profesora de español y literatura en la Universidad de Loyola, donde la matrícula de un curso cuesta 30.000 dólares.

El Barrio Francés debe ser la única área del país libre de franquicias de McDonalds y Donkin Donuts. «Hasta han cerrado Starbucks, porque no es de aquí». Josefa estaba en Europa ando el Katrina inundó su hogar en una zona residencial. «Llegamos dos meses después. Todavía recuerdo el olor dulzón, a ciénaga y muerte. El moho se había comido la madera. Y los árboles se habían quedado como quemados por el agua. No se me olvida el silencio, porque durante semanas no cantó ni un pájaro». Vendió su Toyota Corolla y ahora conduce un 4x4. «Por lo que pudiera pasar».

La inmoral ineficacia de las autoridades tras la catástrofe adquiere una nueva dimensión al conocer sus detalles. James Nolan estuvo seis semanas sin agua, luz y gas. Y en pleno verano «insoportable» de Luisiana. Sólo ahora existen mapas de evacuación y transporte público a disposición de los vecinos. «Fue la tercera inundación en el mismo siglo, nada nuevo, sólo que esta vez hubo 3.000 muertos», apunta el escritor. 'National Geographic' aventura que en 2050 Nueva Orleans será una isla en el Golfo de México. «Al menos, Katrina ha sido el triángulo de la muerte para Bush junto a Irak y la Bolsa. Hay más sentido de la identidad y, por supuesto, seguimos sin confiar en el Gobierno».

'Calle vigilada'

Buena prueba son los carteles por las esquinas: Calle vigilada. Los vecinos de esta comunidad están organizados para luchar contra la delincuencia. Abundan los colgados en Nueva Orleans, de ésos que sólo existen en Estados Unidos, ignorados olímpicamente por los viandantes. Se recomienda no entrar solo al parque Louis Armstrong. Y en los projects o viviendas sociales ni siquiera aparece la policía. Josefa admite que, en caso de evacuación, jamás iría a un centro de refugiados, «donde puedes dormir al lado de un criminal». Además de la lasitud y la relajación de costumbres, esta ciudad donde las camareras llaman baby al cliente también tiene peculiaridades sociales.

«Aquí la discriminación no es por razas, sino por clases sociales», explica Nolan. Las mansiones de Garden District y el poder político local pertenecen a los afroamericanos, mulatos fruto de dos siglos de mezcla con los franceses. «Los verdaderos parias son hoy los latinos, todos los mejicanos que vinieron a trabajar en la construcción tras el Katrina y que ahora no tienen nada que hacer. Trabajan mejor que los negros y se les paga menos. Sufren atracos porque nunca irán a la policía al estar sin papeles; como no abren cuentas corrientes, siempre llevan el dinero encima».

Ya no queda ninguna familia desahuciada por el Katrina viviendo en caravanas en el barrio de Saint Bernard. Las aguas del Mississippi devoran cada día en su delta el equivalente a 24 campos de fútbol. La música sigue colándose entre los balcones de hierro forjado de Bourbon Street.