CRÍTICA DE TV

QVMT

La Sexta estrenaba hace un par de días Qué vida más triste, un espacio de humor juvenil que incide en una de las aspiraciones de esa cadena: atraerse al público de menos edad. Es un objetivo bastante peliagudo porque ese público, según dicen todos los entendidos, ya ha sustituido la tele por otras formas de ocio electrónico. El razonamiento del pescador es el siguiente: si los jóvenes abandonan la tele, es porque la tele no les da lo que quieren; en consecuencia, démosles lo que quieren y volverán. ¿Volverán?

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De momento, la idea ha consistido en coger un videoblog de éxito entre los jóvenes y convertirlo en programa de televisión. El blog de Rubén Ontiveros en Internet ya era célebre por haber adoptado el formato de vídeo. ¿Y qué encuentra uno en Qué vida más triste? La vida cotidiana de un señor de treinta años que vive con sus padres y que cuenta historias ficticias con sentido del humor. A mí el programa me divierte. Rubén Ontiveros tiene talento para descubrir gotas de ácido en las cosas más domésticas y cotidianas. De algún modo es como si quedaran retratadas un par de generaciones de jóvenes: personalidades frágiles falsamente asentadas sobre una tópica verborrea de autoafirmación individual; vidas sin rumbo ni densidad, aferradas al horizonte mínimo del entretenimiento, los amigos y la propia satisfacción. No creo que Ontiveros retrate esto de manera consciente, pero es la inconsciencia lo que hace más fresco el retrato.

La Sexta ha catalogado el programa como apto para mayores de 7 años. Creo que es un error: cosas que tienen sentido a los veinticinco años, son un contrasentido a los diez. No se trata de que los niños se vayan a pervertir por ver QVMT; se trata de que nuestros canales deberían contemplar la televisión para niños bajo un enfoque formativo, pero ignoran esa función. Más pegas: La Sexta, para elevar el videoblog a formato programa, ha alargado su duración, de manera que lo que antes se limitaba a cuatro minutos ahora se prolonga en exceso. Para unas historietas como las de Qué vida más triste, esa duración es un defecto: anula lo que tienen de sorprendente y somete al autor a una atmósfera más artificial que la de la versión original. Veremos si soporta la prueba de la televisión.