COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

En el banco de la paciencia

Como forma parte de la rutina diaria de mis obligaciones familiares, atravieso a diario dos veces la plaza de España. Una, justo cuando acaban de estrenarse las calles para que se llenen de niños cargados con mochilas, la otra cuando el día hace una pausa, cuando la hora en el reloj se hace eterna y no nos atrevemos a asegurar si vamos o venimos. Cada vez que paso por el banco donde están instalados, tengo que inventar una historia sobre las cuatro personas que viven -ahora ya lo sé- allí. Los niños no entienden de historias tristes y siempre preguntan lo mismo, ¿por qué duermen aquí?, ¿no tienen miedo?, ¿no tienen que trabajar?, ¿cómo llegan los pobres a ser pobres?

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Y como Sherezade, cada mañana iniciamos el día con una nueva historia. Al principio, les decía que habían perdido el autobús, que por eso llevaban maletas y que se irían en el próximo Comes. Luego, cuando les vieron hacerse los bocadillos en el banco, les dije que estaban esperando a unos amigos que tardaban más de la cuenta. Más tarde, cuando llegó el calor y se acabaron las excusas, les conté la historia de Penélope y el andén, la de la niña de la estación, la de Tom Hanks en el aeropuerto, y hasta la de los pajes de los Reyes Magos. Nunca se me ocurrió que fueran Angela Chaning y su chófer viviendo en una plaza pública. Pero la realidad, siempre, supera a la ficción.

Cuando volvimos al colegio, ya ocupaban tres bancos y el equipaje se había multiplicado entre bolsas de basura. Forman parte del paisaje urbano, tan constitucional. ¿Qué llevan ahí, mamá? Su vida, hijos, su vida. Una vida que no ha sido tan fácil como la nuestra. Simplemente están ahí porque no aprendieron a hacer las cuentas en el colegio.