UN ÍDOLO. Pese a estar en un lugar apartado del Museo de Arte, los turistas veneran la estatua del más célebre boxeador del cine: «Rocky es el puto amo, tío». / AP
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Rocky y la Campana de la Libertad

Filadelfia es la cuna de Estados Unidos, símbolo del patriotismo yanqui y donde la bandera de las barras y las estrellas se vende hasta en las tiendas de 'todo a un dólar'

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Filadelfia tiene dos símbolos que demuestran la grandeza de América: la Campana de la Libertad y la estatua de Rocky. La cuna de Estados Unidos es también el hogar del boxeador que consagró a Sylvester Stallone hace treinta años. Su gramática parda y conmovedora fuerza de voluntad arrebató a una nación que, tras el escándalo Watergate y la caída de Nixon, necesitaba no ya optimismo, sino recobrar la propia estima. Una estatua de bronce conmemora al héroe a los pies del Museo de Arte de Filadelfia. Los turistas han instaurado un ritual. Tal como hacía Rocky cuando se entrenaba, suben las escalinatas a la carrera y levantan los brazos al llegar a lo alto. Celebran a un héroe del panteón nacional.

Donada por Stallone a la ciudad, la estatua se emplazó en su día en la explanada del museo. Las autoridades pensaron que carecía de valor artístico y la escondieron en un almacén. La presión popular logró que volviera a erigirse en un discreto costado de la pinacoteca. «Rocky es el puto amo, tío», zanja Carl, que se turna con sus amigos para fotografiarse aferrado a una pierna del púgil. Todos lucen unas chapas que ponen El ganador del voto popular. Significa que han realizado antes el circuito dedicado a los orígenes de Estados Unidos. Filadelfia es la cuna del Gobierno americano. Aquí se reunieron los delegados de las 13 colonias para aprobar la Declaración de Independencia en 1776.

A diferencia de Nueva York, ya no hay turistas extranjeros, sólo locales. El tour comprende varios edificios en la parte histórica: el Independence Hall, el Centro Nacional de la Constitución y la estrella de la función, el Liberty Bell Center, que acoge la célebre Campana de la Libertad. Todo está organizado con eficacia prusiana. Hay empleados disfrazados de época y un vigilante en cada esquina. Forma parte del sentido del espectáculo, tan puramente americano como las tiendas de vitaminas, los anaqueles con mil tipos de analgésicos en los supermercados, la moqueta por doquier, el aire acondicionado a tope y el vaso de agua gratis con media tonelada de hielo antes de pedir el menú.

El circuito patriótico no iba a ser una excepción. Los seguidores de Obama son bastante visibles por las calles, pero entre estos muros históricos gana McCain por goleada. Algunos llevan viseras que les delatan como veteranos de guerra. El precio de la libertad no es gratis se lee en la de Tom Ludies, un jubilado que, si fuera español, pasaría los veranos en Torrevieja. «McCain cuenta con el apoyo de todos los que hemos luchado en una guerra. Él fue prisionero en Vietnam. Le torturaron y estuvo a punto de perder una pierna, todavía tiene secuelas físicas. Obama... ¿Qué sabe de la guerra?».

El patriotismo no entiende de bandos. Republicanos o demócratas, todos se enorgullecen de una bandera que hasta se vende en las tiendas de todo a un dólar. En los costados de los camiones, en el casco de los obreros, en la entrada de las casas...

Mark Cyrus explica que nadie duda del amor a su país de Obama. Regenta un restaurante al norte de Pensilvania y ha venido con su hija. «Soy católico, igual que otros 65 millones de votantes, una fuerza muy importante. Soy prolife (antiabortista). Mi mujer quería abortar de esta niña, y por eso nos divorciamos. Me quedé con su custodia. No votaré a Obama porque está a favor del aborto. Tampoco creo que lo haga bien en política exterior, si nunca ha disparado un tiro...». Cuando llega la hora de ver la campana se le nota emocionado. Forjada en Londres en 1751, sonó en la lectura de la Declaración de Independencia. Cuenta con una inscripción procedente de la Biblia: «Proclamad la Libertad en la Tierra a todos sus habitantes».

Fuera del Independence Hall, Filadelfia bulle a una escala más humana que Nueva York. Hay muchísima población negra en las calles -de aquí era el protagonista de El príncipe de Bel Air, al igual que el propio Will Smith- y se ven mendigos bajo los puentes. Tiene su Chinatown con pescaderías que venden anguilas, ranas y tortugas vivas. Los chinos son los únicos que no quieren fotos.

Mentiras y decepción

Camino de la estatua de Rocky, Luke Austin también proclama en su camiseta su condición de veterano de guerra. Pertenece a IVAW (Iraq Veterans Against the War). Se enroló en 2004 con sólo 17 años. «Necesitaba el dinero para ir a la universidad y quería poner un poco de disciplina y orden en mi vida». Sirvió durante siete meses en Bagdad y Nayaf. Le dieron el Corazón Púrpura. «Un día, un compañero del regimiento me preguntó qué pensaba de la guerra en Irak. Y vi que no tenía ninguna respuesta. Ahora intento hacer ver a otros que esa guerra está basada en las mentiras y la decepción».

Ibrahim, el taxista argelino que una vez estuvo en Palma de Mallorca, lleva una Liberty Bell colgada del espejo. Llegó hace trece años, se casó con una americana y tiene la ciudadanía. Recuerda que, tras el 11-S, las cosas cambiaron para los inmigrantes de origen árabe. «Se creen que todos somos terroristas, lo noto cuando miro por el retrovisor». Vaticina que Obama ganará. «Poco después le matarán, como hicieron con Kennedy».