EL LABERINTO

Nuestros bolsillos

Hace algunos días la directora de este medio, Lalia González-Santiago, tuvo la gentileza de invitarme a colaborar con LA VOZ, ofreciéndome así la oportunidad de tener un vínculo periódico con sus lectores. Espero no defraudar a Lalia en esa confianza y sobre todo no defraudarles a ustedes, sres. lectores, en el caso de que tengan a bien acercar de vez en cuando su mirada hacia esta columna. La idea consistía, inicialmente, en abordar temas cercanos a los gaditanos, cuestiones que les preocupasen muy directamente. Aunque mucho me temo, el tema que voy tratar a continuación, no es motivo de preocupación exclusiva de nuestros paisanos: me refiero a «nuestros bolsillos».

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Sin duda recordarán ustedes a aquél italiano que, tras la entrada del Euro, puso una demanda en Bruselas, porque el cappuccino que tomó el primer día del año nuevo le costó exactamente el doble del que había pagado, en liras, la noche anterior. Los tribunales correspondientes, como no podía ser de otra manera, le dieron la razón al buen señor. El ejemplo no cundió y, lamentablemente, no creo que con efecto retroactivo podamos reclamar todo el dinero que ha supuesto, para nuestra exangüe economía doméstica, el cambio de la divisa. Seguramente el hacerlo supondría una barbaridad jurídica y un atentado a los principios de la ciencia económica. Pero convendrán conmigo que, un plan de rescate directo a los ciudadanos, utilizando como referencia los cálculos correspondientes, no nos vendría nada mal. Al fin y al cabo, seguro que haríamos buen uso de esos fondos, consumiendo y poniendo nuestro granito de arena a la reactivación económica. No quiero engañarles. A mí me gusta el Euro. Como viajo a menudo no necesito cambiar moneda y, hasta hace poco, si se me hubiese presentado la oportunidad de ir a Nueva York, las compras en la 5ª Avenida me hubieran salido a muy buen precio. Además, no me negarán que la moneda común nos da la sensación a todos de ser un poco más cosmopolitas. El problema es realmente muy local y, en un mundo globalizado, lo local es absolutamente secundario como todos lo expertos en el tema tratan de explicarlo continuamente, aunque muchos de nosotros no alcancemos todavía a comprenderlo. Y asunto local es el que los billetes de 50 euros se nos volatilicen literalmente de las manos cuando vamos de compras a la plaza. Pero claro, nos empeñamos en no entender que las reglas del mercado marcan que las manzanas cuesten un 469% más en comercio que en origen, las lechugas un 345% y las patatas, un 336%. He pensado que quizás las autoridades podrían intervenir prohibiendo esos márgenes abusivos, pero luego recapacito porque a lo mejor estoy enunciado un atentado a la libre competencia. Después he considerado, oyendo las últimas noticias económicas, que lo que hay que hacer es inyectar dinero a los intermediarios. De esta manera se estimulará que haya muchos más, competirán entre sí y se abaratarán los precios. Y además, no dejaría de ser por otra parte una inyección de liquidez para que siga la rueda. No les convence esa propuesta ¿verdad? A mí tampoco acaba de gustarme.

Lo que tengo meridianamente claro es que se presentan momentos difíciles. Naturalmente no para todos porque como leíamos la pasada semana en prensa, el sector del lujo apenas se ha afectado por la crisis: personal shoppers, jets privado, spas de ensueño Por cierto, ¿se han dado cuenta que a millones de personas del Tercer Mundo, Occidente les ha comunicado oficialmente en estos meses que la economía mundial está en crisis? Ellos, al parecer, no lo sabían. Se habrán llevado una sorpresa.