LOS PELIGROS

La versión doméstica de la crisis

Comparto la sensación, planteada por la directora de La Voz este domingo, de que hablamos de la crisis económica hasta el hartazgo. Con un matiz, que está también en todo su artículo, hablamos sin saber de qué estamos hablando. Eso hace que la hartura (que pronunciado jartura suena aún más desganado) no sea porque hayamos satisfecho nuestro apetito de saber por qué nos ocurren estas desgracias, sino por el simple exceso de tecnicismos financieros que ahora cualquiera maneja como jerga de taberna o de mercado. Hemos pasado de ser un país de nuevos ricos a otro de expertos economistas. Si antes cada español se creía seleccionador nacional de fútbol, ahora se postula como un mejor ministro de Hacienda. Lo extraño es que ese cargo, por definición antipático, tenga tantos pretendientes.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Yo, sin saber de economía más que lo que leo, sospecho que no hay una crisis sino varias. Y que unas nos afectan más inmediatamente que otras. Está la gran estafa del redondeo del euro, que es la que más ataca a la economía de bolsillo. En estos seis años de euro, la bolsa básica de la compra ha subido un 20 %. Seguirá creciendo porque una solución dudosamente ecológica para la falta de combustibles quiere conseguirlos en el cultivo agrícola, encareciéndolo. Está la naturalidad cómplice con la que convivimos con la economía sumergida. Que el 21 % del PIB del país sea dinero negro, según el Instituto de Estudios Fiscales, supone que todo ese dinero no contribuye a mejorar la sanidad ni la educación, por ejemplo. Lo raro es la simpatía social con la que miran a esos defraudadores los mismos que exigen luego esos mejores servicios. Está el encarecimiento artificial del precio de la vivienda, convirtiendo una necesidad en la única industria segura en beneficios. Esa burbuja ha supuesto vender el espejismo de que todos podíamos ser tan ricos como para pagar lo que se nos pidiera, con el dinero de una hipoteca que ya presenta plazos para dos generaciones. Está, en fin, toda esa falsa ingeniera financiera de especuladores que se ha venido abajo en el centro mismo del capitalismo mundial, arrastrando a los pequeños especuladores de provincias. Como los bancos desconfían de los otros bancos, ya no prestan. Ni a constructores sin dinero propio que quieran arriesgar ni a compradores. No se vende, no se construye, no se mueve el dinero, se despide a la gente, la gente se molesta con el gobierno. Ahora el dinero público acude a tapar boquetes. Cuando los países comunistas tuvieron que emplear técnicas de economía de mercado para salvar sus cuentas y, de paso, sus carencias de libertades, se habló del hundimiento de un régimen. Ahora, que países capitalistas nacionalizan sus bancos e intervienen la economía, ¿no ha fracasado ese liberalismo económico que todavía algunos defienden aquí?

Hago este repaso para decir que ni la culpa de todo es del gobierno, ni que tampoco éste va a solucionar tantas crisis juntas solo. Interpretemos en clave local esa sentencia del director del FMI: nada resuelven «las soluciones domésticas». Si la solución vendrá de la coordinación mundial, es cierto que llegar vivos a esa solución es asunto nuestro. No sólo del gobierno de Madrid, sino de todos los gobiernos autonómicos y de los miles de Ayuntamientos, que siguen reclamando las mismas inversiones que cuando éramos ricos y jóvenes.

Me parece muy bien que gobierno y oposición se pongan de acuerdo en unas reglas básicas de colaboración, que deben partir de no alarmar injustificadamente a la población ni a los inversores. Pero no hay soluciones mágicas, sólo política. Subir o bajar impuestos; aumentar o reducir gasto social e inversiones; privatizar recursos públicos. Para eso están los presupuestos. Si estos se convierten en un mero instrumento de técnica financiera perderían su sentido de elección política. Decidir qué se hace y cuándo. También parece poco coherente que quien pide, desde la oposición, consensuar los presupuestos del Estado no haga lo mismo con los presupuestos de los municipios donde gobierna. Si la austeridad del gasto es la solución que se propone, debería aplicarse en todas partes. Vamos a ver qué gastos fastuosos recorta nuestro Ayuntamiento.