JAVIER GUTIÉRREZ ACTOR DE ANIMALARIO

«El teatro es un enfermo terminal con una salud de hierro»

El intérprete da vida a Argelino, un inmigrante marroquí, en el montaje que abre esta noche el FIT: una adaptación de Alberto San Juan del 'Arlecchino' de Goldoni

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Les sonará la cara de Javier Gutiérrez. Probablemente por un papelito secundario en la tele, o por ser el compi de Santiago Segura en Pocholo y Borjamari. Quizá lo hayan visto, disfrazado de superhéroe, en el trailer de Santos. Pero, además de todo eso, Javier Gutiérrez pasa por ser uno de los intérpretes más polifacéticos de nuestro país, con una variedad de registros y tonos que le ha valido el favor de la crítica. Es uno de los actores estables de Animalario desde su fundación y ahora protagoniza uno de sus arriesgados montajes: Argelino, servidor de dos amos, con el que se abre el FIT 2008. Suena para todos los premios.

-Animalario se ha ganado una merecida fama de azote del PP Y del pensamiento conservador. ¿Contra qué se posicionan en 'Argelino'?

-Animalario tiene una vocación inconformista, pretende hacer teatro (siempre) y remover conciencias (cuando toque). No creo que sea una compañía anti-PP, a pesar de que Alejandro y Ana, primero, y la gala de los Goya de después, dejaran claro los motivos ideológicos con los que no comulgamos, independientemente de partidos y de siglas. Argelino habla de la lucha de clases, de la opresión de los poderosos y de los pudientes, de la inmigración, de la violencia de género, de nuestras miserias, en definitiva.

-Se trata de una apuesta bastante arriesgada. Una adaptación del Arlecchino de Goldoni, del siglo XVIII, firmada por Alberto San Juan. ¿No les da miedo versionar al padre de la comedia moderna?

-No, no hay que tenerlo, siempre y cuando no se le pierda el respeto a su mensaje original, a su esencia. A Alberto le pareció increíble que algo escrito hace tanto tiempo pudiera servir todavía para incomodar al público, para entretenerlo, pero también para generar debate y reflexión. Hay una parte del público que hasta se siente agredido, porque se ve reflejado.

-Ustedes juegan a evidenciar la hipocresía de la sociedad, incluso de la políticamente correcta, con respecto al tema de la inmigración.

-Hay quien dice abiertamente que España se está llenando de extranjeros, y que deberían largarse. Pero también hay quien se pone el disfraz de progresista, pero luego tiene miedo. No acaban de entender de que el afán de sobrevivir, el hambre, es un motor imparable. Y que mientras en una parte del mundo la gente se muera, intentarán escapar. ¿Qué haríamos nosotros? Lo verdaderamente difícil de explicar es que ellos tienen el mismo derecho a vivir que nosotros, que la lotería del lugar en que nacieron no es significativa ni determinante.

-Es una obra muy interactiva, que requiere de la intervención del público. ¿Se ha encontrado con reacciones adversas?

-No, no. Como mucho, de sorpresa. No voy a desvelar los momentos en los que el espectador tiene que intervenir, para no reventar el efecto. Es parte de la magia del teatro. Eso no ocurre en el cine o en la televisión: puedes ver sus caras, sus reacciones, sus gestos, cuando actúas. Contrastas, en vivo y en directo, si la fórmula funciona. Y funciona.

-En Animalario también parece una norma lo de no hablar de la 'cocina' de las obras, ni de la preparación de los actores, pero usted se pasa dos horas corriendo por el escenario y hablando con acento marroquí. ¿Ha sido muy duro?

-Ha sido algo bonito. Siete u ocho horas de ensayo diario. Acabas cogiendo un fondo... Terminas reventado. En cuanto a lo del acento, conviví todo lo que pude con un amigo de Marruecos. Pero eso forma parte de nuestra profesión: variar de cara sin que te suponga un drama, aunque no sea fácil.

-¿Qué no ha cambiado en la compañía desde su primer montaje?

-El principio irrenunciable de hacer sólo las obras que nos gusten, sin ningún tipo de atadura; la naturalidad, evitar volvernos altaneros o engolados. Hemos hecho piezas sobre temas complejos, porque tampoco queremos dar la espalda a ninguna idea por miedo.

-Usted compagina los papeles de un señor pijo en Los Serrano, de superhéroe medio ido en Santos y de inmigrante en Argelino. ¿Cómo lo hace para no acabar interno en un psiquiátrico?

-(Risas). Es cuestión de saberse quitar y poner los personajes. Ayuda que sean formatos distintos. La tele es ritmo vertiginoso, frenético. Exige del actor la máxima concentración, porque la se-gunda toma es la que vale y se emite. Hay que tomárselo como un reto, disfrutar de la convivencia y de los compañeros, más allá de que las tramas te gusten. No hay un mal medio, hay malas historias. En el cine se ensaya poco, pero te permite cierto márgen. Se requiere, ante todo, técnica. Y el teatro es donde me siento más cómodo. Te deja arriesgar, improvisar, rectificar...

-En su gremio se dice que hay muchos jóvenes en los cástings, pero pocos quieren hacer teatro.

-Eso es porque hoy en día hay demasiada gente que empieza en esto no para ser actor, sino para ser famoso. Hay una parte del público que tiende a meter en el mismo saco a quién interpreta un personaje en una película y a la ex novia de un concursante de un reallity. Luego llegan las consecuencias. Buscan la fama fácil de un ratito en una teleserie, por ejemplo, en vez de soñar con un Hamlet. Deberían respetar más al teatro, que sobrevive a todo tipo de conyunturas y circunstancias, que lleva siglos siendo un enfermo terminal con una salud de hierro.

dperez@lavozdigital.es