Sociedad

Los mayores no son como antes

Superar la barrera de los 65 ya no significa lo mismo que hace unos años. Hoy los 'abuelos' son más independientes y no quieren ser una carga para sus hijos

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«Mi bisabuela era una mujer muy lúcida a sus 90 años, no perdonaba la copita de coñac después de comer. Vivía en Cartagena con una hija y cuando ésta murió se marchó con otra a Alicante. En 15 días se demenció porque la sacaron de su hábitat». Es el primer recuerdo de su infancia que se le viene a la cabeza a Marisa Viñas. Madrileña de 73 años, viuda desde 1993, madre de tres hijos y abuela de siete nietos.

Ese «hábitat» del que dice despojaron a su bisabuela es el que ella conserva con celo y en su caso se localiza geográficamente en el centro de Madrid. Hace diez meses vendió su casa y se mudó, unos metros más allá, a una residencia en el Paseo Reina Cristina. Apenas ha cambiado sus rutinas y se sigue viendo con sus amistades. Incluso mantiene una línea de teléfono privada con el mismo número que tenía en casa. «Me costó un pleitazo con Telefónica pero lo conseguí...», se felicita Marisa. Ella forma parte del pequeño porcentaje de mayores de 65 años -apenas un 6%- que vive en una residencia. E integra otro grupo aún menos numeroso, el de aquellos que se han acomodado aquí por voluntad propia. «Quiero mucho a mis hijos pero ni me planteo ir a vivir con ellos. Quiero mantener mi independencia», zanja.

A más de 400 kilómetros al sur, en un pueblecito de Granada, y a otros tantos al norte, en la localidad vizcaína de Basauri, pasa los inviernos y los veranos respectivamente Carmen Juan Porrino. Zamorana de 84 años, viuda, dos hijas y cuatro nietos, la de Carmen es la historia opuesta. Ella también forma parte de otro grupo reducido, el de mayores que viven en la casa de sus hijos -suponen el 5%-. Y de otro aún mucho menor: el de aquellos que rotan y viven una temporada con un hijo y otra con otro. De ir a una residencia, Carmen no quiere ni oír hablar. «Estoy mejor con las hijas, me llevan en avión, me cuidan y yo hago lo que puedo, si acaso les ayudo a lavar los cacharros...».

Marisa y Carmen son dos mujeres escogidas al azar que ponen voz y rostro a la heterogénea realidad de los mayores, un colectivo in crescendo que representa ya el 17% de la sociedad en España. El censo contabiliza casi siete millones y medio de ciudadanos mayores de 65 años y las previsiones pasan por que para mediados de siglo esta cifra se haya duplicado.

El de los retos que exige asumir una sociedad cada vez más envejecida no es un discurso nuevo -harán falta más plazas en residencias y centros de días, más inversión en mayores y, en definitiva un refuerzo de los recursos asistenciales y sanitarios-. Pero hablar de la tercera edad implica hacerlo de algo más que de residencias y camas de hospital. Más ahora, que nos hallamos ante una nueva generación de mayores.

Adiós a la gran familia

A pesar de que su imagen sigue presa de un estereotipo que les retrata de manera no muy favorecedora, los mayores están ganando la batalla a los clichés y se presentan cada vez más como personas activas y deseosas de mantener un alto grado de independencia. Tienen también otra preocupación: no ser una carga para los suyos. «Hace veinte años la gente pensaba: voy a tener hijos para que cuiden de mí cuando sea viejo, pero hoy prefieren conservar su independencia, se está abandonando la imagen del mayor que necesita ser cuidado», resume Dairo Javier Marín, experto en Gerontología. De ahí que cada vez escasean más los hogares tipo La gran familia, con abuelos, hijos y nietos juntos en torno a la mesa.

Lo que hoy se lleva es la pequeña familia. Basta echar un ojo a las estadísticas y cotejar los datos con los de hace una década. En 1998 apenas el 14% de los mayores vivían solos superada la franja de los 65 años y hoy son casi el el 22%. El grupo de los que residen con sus hijos ha pasado del 36% al 30%, aunque en este colectivo hay que diferenciar dos subgrupos. Uno, cada vez más grande, el de los mayores que viven con sus hijos porque éstos aún no se han independizado -un 25%- y otro cada vez menos numeroso -al que pertenece Carmen-, que forman los abuelos que se han mudado a casa de alguno de sus descendientes -hoy un residual 5%, la mitad que hace una década-. Se mantiene sin variación el dato de mayores que viven en España en pareja, en torno al 40%, que siguen siendo la opción mayoritaria.

«Sólo de visita»

Por complicada que parezca la lectura de los datos, la conclusión que de ellos se desprende es bien sencilla. «Cada vez hay más ancianos que viven solos porque así lo quieren y porque tienen mejor salud y calidad de vida que hace unos cuantos años. Aunque también influyen otras cuestiones, como que la mujer se ha ido incorporando al mercado laboral y no puede ni quiere estar permanentemente pendiente del cuidado de los padres», advierte Marín, quien aprecia un cambio de chip en padres e hijos.

«Hace 20 años si tus padres se quedaban solos se sentían abandonados y si les mandabas a una residencia era signo de que eras un mal hijo, casi un desalmado. Pero hoy nuestros padres quieren hacer su vida y entienden que sus hijos deben hacer la suya, no quieren ser una carga para nadie. Claro que les gusta estar con los hijos y los nietos, pero muchos te dicen que sólo de visita». De ahí que mientras la salud dé tregua, cada vez más personas que rebasan los 65 prefieran seguir viviendo en su propia casa y vean con mejores ojos la opción de la residencia. «Hace un tiempo era impensable que una persona voluntariamente se fuera a una residencia y hoy ocurre -es el caso de Marisa-. Ya no sienten que van allí a morir», puntualiza el gerontólogo.

Padres e hijos van aflojando así el lazo familiar, que en España sigue siendo aún muy fuerte -es el país con la tercera tasa más baja de Europa de ancianos que habitan solos, por detrás de Portugal y Grecia- y acomodándose al modelo europeo. «En Dinamarca la mitad de los ancianos viven solos en su casa y las sociedades nórdicas ven deseable que los hijos se independicen pronto y que los padres mantengan su vida independiente el mayor tiempo posible. La sociedad española es diferente porque aquí los lazos de unión son más grandes, pero se está notando el cambio».