DEL PUENTE A LA ALAMEDA

Mará

Recuerdan aquel milagro que hizo Moisés cuando, para aplacar la sed de los israelitas, endulzó las aguas amargas introduciendo en ellas, simplemente, la rama de un árbol? En mi opinión, este prodigio es hasta cierto punto análogo al que, estimulados por sus entrañas humanitarias, realiza día a día un grupo de puertorrealeños. Aquel episodio relatado en el libro del Éxodo no es, a mi juicio, más sorprendente que el que lleva a cabo diariamente un equipo de expertos liderados por Gaspar Catalán y por Antonio María Romero.

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El nombre de aquel lugar bíblico -Mará- sirve de lema orientador de los que, con entusiasmo, allí colaboran, y también constituye una estimulante llamada para los que estamos tan ocupados en nuestras tareas laborales: es un grito para que nos despertemos de nuestro letargo, para que fijemos nuestra atención y para que gastemos algo de nuestro tiempo y de nuestras energías acompañando y aliviando esa sed de vivir que no puede ser saciada mediante unas sustancias que, por muy deslumbrantes que sean, hacen unos daños irreparables -orgánicos y psicológicos- a las personas, a las familias y a la sociedad.

Mará, Asociación de Ayuda a Drogodependientes y a Presos, es un proyecto que convoca a todos los que estén dispuestos a arrimar el hombro para proporcionar remedios eficaces al deterioro originado por adicción a las drogas. Mediante un amplio y diversificado programa de actividades pretende prevenir las posibles caídas, deshabituar a quienes han sucumbido y reinsertar laboralmente -proporcionándoles orientación y una adecuada formación profesional- a quienes han iniciado el empinado camino de la recuperación.

Acompañados del sensible, comprometido y dinámico Pedro Castilla, nos hemos asomado al centro y hemos escuchado las detalladas informaciones que las trabajadoras sociales, Silvia Mariño Castaño e Inmaculada Vera Amado, nos han facilitado sobre las múltiples tareas que llevan a cabo en el Centro de Día. Nuestro propósito -nos dicen- es lograr que el amargor de la adición a la droga y la amargura de la falta de libertad se suavicen con la dulzura de la solidaridad, del trabajo y del afecto.

Hemos conocido el detallado programa que desarrollan en los talleres ocupacionales de marroquinería y de decoración. Cristóbal, por ejemplo, nos ha hecho una demostración de la habilidad con la que él maneja el pincel para estampar multicolores flores en un mantel. Con el coordinador, Álvaro Devesa Peña y con los monitores Miguel Ángel y Antonio, hemos visitado, posteriormente, las viviendas de apoyo a la reinserción social del Centro Arcipreste Fructuoso Antolín.

Si a Pedro y a mí nos ha llamado la atención la amplitud y la diversidad del programa de actividades pedagógicas que desarrolla este equipo multidisciplinar, integrado por un psicólogos, trabajadores sociales, abogados, monitores y gestores, mucho más nos ha sorprendido el clima de diálogo, de colaboración, de corresponsabilidad e, incluso, de cordialidad que se respira en cada una de las dependencias y rincones del centro: un espacio que nos ha ofrecido raciones de esperanza y que, además, cumple la función de desplegar la imaginación, aguzar el ingenio y, sobre todo, despertar la conciencia solidaria tan adormecida y marchita en muchos de nosotros.