Opinion

Razones íntimas

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a conducta social y las decisiones más personales están condicionadas por el nivel de ingresos y por el endeudamiento que soporta cada ciudadano o cada familia. En una economía de mercado el desarrollo de la libertad individual depende también de dichos factores. De manera que es fácil comprender cómo una situación de crisis económica e incertidumbre laboral conduce a un retraimiento más o menos acusado de los impulsos y de las decisiones de cada cual. También emanciparse, emparejarse o separarse son opciones que pueden quedar relegadas a la espera de tiempos mejores. Una muestra de que la racionalidad económica se impone cuando van mal dadas, mientras que buena parte de los aprietos en que se encuentran muchos ciudadanos derivan precisamente del hecho de haberse endeudado al límite de sus ingresos y sin tener en cuenta la eventualidad del más mínimo revés económico. En las sociedades de nuestro entorno la realización del libre albedrío depende en gran medida del nivel de rentas. Pero lo deseable es que los límites que establece la economía para cada ciudadano y para cada hogar a la hora de decidirse en cuestiones trascendentales como casarse, tener hijos o divorciarse constituyan un referente de racionalidad económica razonablemente estable, no sujeto a los vaivenes de la coyuntura. Entre otras razones porque la economía de libre mercado, aun bajo la protección de las coberturas que brinda el estado de bienestar, confiere a cada ciudadano, y sin excusa posible, la responsabilidad económica sobre sus actos. La sociedad puede y debe exigir de los poderes públicos condiciones de seguridad jurídica y de supervisión o regulación respecto al funcionamiento del sistema financiero o en defensa del interés del consumidor. Pero para que las decisiones más íntimas y personales no se vean ni postergadas ni precipitadas por causa de los avatares económicos es imprescindible que cada ciudadano y cada unidad familiar administre sus ingresos con sensatez, gaste de forma acorde a sus disponibilidades y asuma deudas a las que pueda hacer frente de manera razonable. Tras años de crecimiento e incluso de opulencia, las lecciones que la crisis está dictando a la pequeña economía no deberían pasar desapercibidas.