LA PALABRA Y SU ECO

Abolición de los señoríos

Nos hemos acostumbrado al juego de la política desde el lenguaje del insulto, la descalificación y la dialéctica de las contradicciones. Ante cualquier tropiezo, desliz o fallo del contrincante, no se duda en llamarle mentiroso, trampuchero, incompetente u ocultador de la realidad para la consecución de espurios intereses. Ayer lo pudimos comprobar en el discurso de Rajoy ante la gestión del Gobierno frente a la crisis económica internacional, pero también nos encontramos con todo este tipo de lindeces en cualquier corrillo municipal. Todo el mundo sabe que la situación económica por la que atravesamos los españoles no es cosa exclusivamente nuestra, sino de una planificación codiciosa del capitalismo internacional. Sí, aunque a algunos les suene a retro, el término capitalismo vuelve a adquirir su vieja atribución marxista. Pero aunque lo sepamos, el dardo envenenado sale disparado del lenguaraz tribuno para asaetar la dignidad del que intenta que estas aguas fétidas nos salpiquen lo menos posible. Rajoy lo sabe y sus asesores también, porque ellos han manejado las palancas financieras del Estado cuando se empezó a hablar del estallido de la burbuja ladrillera y no tomaron precaución alguna. Quizás me lleve a pecar de ingenuo el pensar que, en vez de sacarnos los dientes los unos a los otros, la solución esté en poner lo mejor de nosotros e intentar cooperar todos para salir del atolladero.

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Ese instinto de colaboración mutua se echa de menos en la provincia gaditana de cara al futuro inmediato. Da un poco de reparo comprobar la cantidad de oficinas, gestoras, gabinetes y logotipos que se han creado en torno al Bicentenario de la Constitución del Doce. Ya no sabe uno ni qué es lo que se celebra ni quiénes lo conmemoran. La cosa lleva todo el camino de una serie de ferias paralelas, como esas manifestaciones convocadas al mismo tiempo por una misma causa, pero unilateralmente, porque los partidos no se ponen de acuerdo en el lema de la pancarta.

Aquí tampoco han faltado ni la afrenta ni el agravio a la hora de ponerse medallas antes de tiempo. Digo yo que la crisis afectará también al resultado de estos fastos si antes de no se remedia el especulador pufo mundial. Vamos a tener que conformarnos -que no es poco en estos tiempos que corren- con desempolvar aquello de la abolición de los señoríos, la disolución del Santo Oficio y la libertad de prensa, que proponía nuestra vieja y laureada Constitución. No me extraña que ante estos galimatías, los empresarios turísticos pidan a los responsables de tales eventos que se pongan de acuerdo de una vez, porque al paso que vamos, ni siquiera las señales de tráfico van a guiar al visitante al mismo sitio cuando llegue el momento. Los empresarios gaditanos piden mucho, pero el ciudadano debería exigir más. Sobre todo educación, cultura, debate y cosmopolitismo y, a partir de ahí, hacer de la ciudad y la provincia un espacio moderno donde, por ejemplo, los taxis esperen a los viajeros en la puerta de la estación, los accesos a los transportes marítimos sean de recibo, una estación de autobuses menos cutre que la que tenemos en Cádiz, que los trenes regionales paren en los apeaderos de la ciudad -que para eso costaron una pasta- o que hagan uno nuevo en el aeropuerto de Jerez, le toque a quien le toque, sin insultar y sin arañarse la cara por colocar su propio muñequito a pie de obra.