RUEDA A RUEDA. Raikkonen y Hamilton protagonizaron el que ha sido el duelo más apasionante de la temporada. / AFP
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La FIA desluce con una sanción una memorable victoria de Hamilton

La decisión priva al inglés del triunfo tres horas después de haber cruzado la meta en primer lugar El castigo, por recortar una chicane, da la victoria a Felipe Massa, mientras que Alonso fue cuarto

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Bendita locura la de Lewis Hamilton. Su insolencia se ha instalado en la F-1. El inglés es un pura sangre desbocado con un sistema circulatorio al borde del colapso por la ingente cantidad de sangre que debe hacer circular. En ebullición constante. Desconoce los límites, pese a que en sus dos años en este negocio los desprecia cíclicamente. El año pasado le costó perder el título tras haber ganado las primarias de McLaren. Ahora se encamina hacia un mano a mano definitivo con Felipe Massa que la FIA ha apretado hasta la estrangulación.

Ganó el británico en Spa. O eso creyó. Él y todo el mundo, hasta que tres horas después del protocolo del champán y de haber reconocido el carrerón como uno de los momentos más excitantes de su vida, una voz femenina anunciaba en la sala de Prensa que le había caído un regalito de 25 segundos de penalización por «cortar una chicane y sacar ventaja» en su pulso electrizante con Kimi Raikkonen. Así, de paso, los mandamases deportivos del cotarro se garantizan la emoción, ya que el triunfo recayó milagrosa e injustamente en Felipe Massa, que ayer se limitó a completar 44 vueltas sin compañeros de viaje, carente de incentivos tras los inalcanzables Hamilton y Raikkonen.

No parece que el finlandés vaya a restañar a tiempo el atroz desgarro que sufrió ayer en Spa. Adelantó a Massa en la salida tras un pique que le dio alas a Hamilton y a éste se lo zampó en la segunda ascensión a Eau Rouge. Encadenó las 41 vueltas siguientes en el liderato. Parecía fijo su puesto en la atalaya más alta del podio. En el segundo y definitivo largo hacia la conclusión se movió en ventajas en torno a los seis segundos, los mismos que Hamilton había puesto entre su McLaren y la otra unidad de Ferrari. Pero la carrera había empezado con las miradas clavadas en el cielo y así debía acabar para cerrar el círculo.

El momento de la salida, de hecho, comenzaba en el trazado de las Ardenas a capitalizar lo poco destacable de un Gran Premio más. Desde el puesto once, Trulli guió un motor a reacción, el de su desaforado Toyota, hasta emparejarse en paralelo con Alonso en la primera curva. Con las cuatro gomas cuadradas por la detención total de la tracción -aún debe estar asido el piloto viticultor a su volante-, hizo que el asturiano y los dos Ferrari se dieran un garbeo por el exterior de la pista para retornar a ella de aquella manera. Una vuelta después, tras minimizarse la ventaja de Hamilton por una salida de pista, Raikkonen decidió poner las cosas en su sitio.

Una carrera loca

Pasó una hora como se consume una tarde gris de final de verano. Las pantallas acapararon la atención. «Previsión de agua en 20 minutos». Fue oler el agua y Hamilton se tornó violento. En McLaren daban por bueno que fuera el relleno en el 'panini' de Ferrari. Los dos puntos que le enjugaba Raikkonen se los colocaba a Massa y su liderato quedaba convenientemente apuntalado. El británico no ha nacido para ser segundo. Lo tiene muy

claro. Sólo le satisface ver que bajo su bota está la cabeza del enemigo. Sí, aún no ha ganado nada (entendido como el título mundial), pero en su segundo años repite a estas alturas de la función como máximo aspirante, mejor colocado y con los intangibles a su favor. Quizá no lo sean tanto, ya que su flor mucho tiene que ver con la indestructibilidad y fiabilidad del McLaren que le conduce al campeonato.

Volviendo al asunto. Las primeras gotas enervan a pilotos y habitantes de los centro de mando en el muro. Hamilton lo ve claro. Es la oportunidad para derretir el hielo finlandés. Una vuelta rebajando la diferencia por debajo de un segundo. Quedan dos y se ata al casco el pañuelo kamikaze. Es la guerra. Busca al Ferrari y lo encuentra. El asfalto ya no está para florituras y en el primer envite en la entrada a la recta de meta sale despedido. Recorta la chicane para volver en plena línea de salida y llegada. Cede tímidamente el paso a Raikkonen y enlaza un hachazo demoledor. Ataques y defensas. Se tocan. Hamilton se va de excursión y Raikkonen lo desperdicia porque cae en las redes de la compañía indeseada de unos doblados. Hamilton le vuelve a clavar sus emponzoñados colmillos. A la segunda, el ferrarista siente los efectos del veneno. Pierde la cabeza y la posibilidad de manejar su monoplaza en una pista ya totalmente deslizante. Persigue erráticamente a su presa hasta empotrar su coche contra el muro. Era la penúltima vuelta. El rey de las Ardenas no conocerá su cuarto reinado. Fue destronado en buena, grandísima, colosal, lid por quien con su temeridad está haciendo caer barreras que se habían alzado en su contra. Bendito loco, Hamilton. Gracias por haber atacado cuando sólo lo harían los inconscientes.

La FIA no lo vio de igual modo e inició una investigación que concluyó tres horas después. Cuando menos, discutible la decisión adoptada. El inglés levantó el pie lo justo para ceder el lugar al Ferrari, pero le marcó el paso para en cuanto fue superado fusilarlo sumarialmente.

Alonso lo roza

Los restos del Ferrari de Raikkonen se suponía eran un fragmento de alfombra roja para el primer podio de Alonso. El asturiano, cuarto en tierra de nadie, corría plaza tras la vacante del finlandés. Pero el Gran Premio belga aún iba a contar con un toque de horno extra. El gratinado lo puso Heidfeld, quien en vista de su décima plaza y de lo mal que pintaban las cosas para el personal por la lluvia, que ya incidía mucho en el pilotaje, entró a montar neumáticos de agua a dos vueltas del final, en la misma en la que Alonso se antiguó para poder concluir ileso tras salirse hasta en cuatro ocasiones. El gozo, al pozo. Podía haber arriesgado el cuarto puesto por buscar el cajón y hacer los últimos siete kilómetros con lo puesto. Pero decidió que o se ponía zapatos de invierno o no terminaría. Lo hizo en la cuarta plaza que siempre ocupó, pero con lo que reconoció como buen sabor por haber adelantado para ello a Kubica y Vettel en la última curva.

Y el bueno de Heidfeld que hecha la cuenta de la sanción de Hamilton, obtuvo una inmejorable recompensa a la estrategia de BMW al concluir oficialmente segundo, entre Massa y Hamilton. Alonso, con la movida del castigo, rozó de nuevo el cajón. Pero le faltaron cuatro segundos. De locos.