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Seamos pesimistas

La secretaria general de Empleo, encargada de comunicar a la opinión pública que este país sobrepasó de nuevo en agosto los 2,5 millones de parados, se cuidó de puntualizar el pasado martes que «no hemos tocado fondo», por lo que es muy probable que el año próximo rebasemos la fatídica cifra de los tres millones de desempleados.

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Puesto que nuestra economía depende decisivamente de la coyuntura exterior, que en este caso y con el estallido de la burbuja inmobiliaria autóctona ha puesto en evidencia nuestras carencias, y dado que el futuro global está cargado de incertidumbre, nadie puede pronosticar qué va a ocurrir. Lo que haya de sucedernos depende bastante poco de lo que hagan nuestras instituciones y nuestros políticos. Máxime cuando está externalizado el control sobre la política monetaria, lo que nos obliga inexorablemente a realizar el ajuste a través del empleo

Es un tanto patético ver a los dos grandes partidos rivalizando en las soluciones a la crisis como si estuviera en su mano gestionarla o al menos mitigarla. Si se araña bajo la superficie vistosa de las ofertas, se verá que en el fondo las propuestas son muy semejantes. Cierto que Rajoy postula un crecimiento del gasto público para el 2009 del sólo el 2% y que Solbes piensa elevarlo hasta el 4%, que el PP querría rebajar el impuesto de sociedades de las pymes y que el Gobierno no ve margen para ello, pero en el fondo unos y otros están hablando de las mismas cosas. Ambas formaciones reconocen además la necesidad de estimular grandes cambios que hagan virar el sistema económico de forma que se base menos en la demanda interna y más en el sector exterior, para lo que tenemos que conquistar mayores tasas de productividad. Aunque, a la hora de la verdad, nadie sabe muy bien cómo encarar este reto, cuyo planteamiento en todo caso sólo tiene sentido a medio y largo plazo. En lo tocante a las políticas activas de empleo, todos nos hacemos idea del valor limitado y relativo de tales propuestas, que tratan de modular apenas la realidad inexorable de que nuestros mercados no son capaces de absorber la creciente oferta de mano de obra que proviene directamente de la construcción e indirectamente de los demás sectores.

No debemos hacernos grandes ilusiones: nos estamos enfrentando con tendencias que tienen sólidas inercias, extendidas por todo el planeta. Quiero decir que, por más que hagamos, la crisis seguirá su camino hasta que se logren unos equilibrios sobre los que cimentar una estabilidad que sirva de base a una nueva fase ascendente del ciclo.

Probablemente, a la larga, la única lección metodológica que podamos extraer de este mal trago sea la de la previsión. No es posible basar la prosperidad de un sistema económico en el monocultivo de un mercado que va recalentándose peligrosamente durante años sin que nadie denuncie con suficiente vehemencia el riesgo ni mucho menos acometa políticas adecuadas para cambiar las cosas. Aquí, por ejemplo, se ha seguido subvencionando la compra de viviendas cuando el mercado inmobiliario ya estaba al rojo vivo... Quizá, en fin, de la crisis resulte una vacuna contra el disparate. Aunque el hombre, ya se sabe, es el único semoviente que tropieza dos veces en la misma piedra.