NATURAL. De Fran Gómez a su primer novillo. / FRANCIS JIMÉNEZ
Sociedad

Fran Gómez hizo lo mejor

El novillero de Cádiz y el Chiclanero Carlos Ruiz se clasifican para la final de 'El Puerto busca un torero'

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La novillada escogida para la semifinal de noveles del sábado careció en general de la casta y la pujanza necesarias para que los seis aspirantes pudieran demostrar sus reales progresos en el oficio. Condiciones de unos animales cuyas cualidades se antojan casi siempre imprevisibles. Pero en un festejo como éste, planteado claramente como una competición, sí se podía haber cuidado la armonía en la presentación de los erales y evitar que salieran al ruedo ejemplares tan cuajados como el colorado chorreado que hizo tercero junto a otros de menor presencia, como el abecerrado y excesivamente gacho que cerró plaza.

Correteaba por la arena y sonaban unas palmas de tango en señal de protesta, que en seguida se convirtieron en auténtica bronca cuando el animalito, además, evidenció que carecía de fuerzas y perdía las manos. Se frustraban con ello las ilusiones del joven Espaliú, que tan buen sabor de boca había dejado el pasado domingo. Y se frustraban también las esperanzas de una nutrida cohorte de seguidores que lo acompañaban, cuyo desazón y desencanto exteriorizaron con sonoridad y contundencia.

Así las cosas, tal vez movida por un tardío arrebato de generosidad o porque el público que acude a estos espectáculos se caracteriza por una especial vehemencia y por los explícitos calificativos que dedica a la autoridad, la empresa concesionaria que rige la Plaza Real decidió regalar un sobrero. Rebasada la una de la madrugada saltaba a la arena Forjador, chico pero ofensivo de cara. Tampoco éste dio facilidades para que el sevillano meciera como suele sus verónicas. Sólo permitió que esbozara exquisiteces aisladas de su personal toreo.

El gaditano Fran Gómez, que había veroniqueado con garbo a un novillo distraído y que salía suelto de las capas, firmó después la faena más maciza y con mayor cuajo. El animal, con las fuerzas y la casta justas pero con mucha nobleza y bondad en sus embestidas, permitió al gaditano dibujar tandas de derechazos templados y hondos y abrocharlos con recios pases de pecho o con ligados circulares. Labor plena de suavidad y sentido del ritmo en la que los naturales también poseyeron mando y sabor y en la que siempre se mantuvo firme y asentado. Unos ayudados por bajo finales abrocharon un trasteo que destacó por su buen gusto y su relajo. Tras una estocada se le concedió una oreja. Apéndice que también paseó la murciana Conchi Ríos, a quien la pegajosa y corta embestida de su enemigo le impidió mostrar sus excelencias capoteras. Muy segura y decidida, planteó la faena con cites en largo en los que clavaba las zapatillas en la arena, erguía la figura y cargaba la suerte en la reunión. Pero el eral pronto redujo el brío, la intensidad y la repetición de sus primeras embestidas a la franela. Sin acoplamiento por el pitón izquierdo, el marrado intento de toreo al natural de Conchi Ríos dio paso a unas postreras series que carecieron ya de hondura y emoción. Con una estocada algo contraria de la que salió volteada puso epílogo a una labor con bellos pasajes pero que fue de más a menos.

Empeño de Ruiz

Abrió plaza un novillo noble y con pocas fuerzas que regaló embestidas suaves pero sin transmisión. Sosería ante la que se estrelló el chiclanero Carlos Ruíz, a pesar de que éste se afanara con denuedo en encontrar el lucimiento y hasta mostrara formas pulcras y ortodoxas en su toreo. Inició Cayetano Ortiz su trasteo con unos estatuarios en los medios de los que resultó golpeado en el primero de ellos y desarmado en el tercero. Embarullado prólogo para una labor marcada por las dificultades que planteó el novillo, que se quedaba debajo de los engaños y presentaba una embestida corta e incierta. Una tanda inicial de redondos limpios y templados, rematados con un gran pase de pecho, constituyó lo más destacado que pudo ejecutar el novel.

Con una larga cambiada saludó Javier Jiménez a un eral que le engancharía el capote de manera sucesiva y cuya acometida rebrincada iba a encauzar la labor del espada por la azarosa senda del sobresalto. A partir del tercer muletazo el animal se colaba con descaro, por lo que el afanoso novillero hubo de entregarse a un continuo toma y daca, entre trompicones y volteretas.