LA PALABRA Y SU ECO

García Montero en Cádiz

Luis García Montero es uno de los poetas más vinculado a la provincia gaditana. Es más, alguna de nuestras instituciones debería nombrarle hijo adoptivo. Desde su juventud granadina y antes de sacar a la luz su primer poemario -Y ahora ya eres el dueño del Puente de Brooklyn- la amistad con los poetas de Cádiz fue un anticipo de todo lo que se le avecinaba en su tierra prometida. No tendría dieciocho años cuando Luis se manifestaba ya como una de las voces más claras y diáfanas de su generación. Comenzó a destacarse de los demás por una búsqueda consciente de un lenguaje directo y cotidiano que, a su vez, transportara ideas vivas, surgidas de una conciencia moral y ciudadana. Quizás el germen de esta postura vital lo adquirió de otro gaditano, que no sólo ha marcado su poesía para siempre, sino que ha sido uno de sus grandes referentes en la manera de estar y contemplar el mundo. Rafael Alberti fue su amigo y mentor porque creía en él y sabía que en los versos de su discípulo dejaba su mejor legado: una herencia que no se contabiliza en especies, ni en cartas, ni en cuadros de Picasso, sino en la palabra libre y en el cariño, dos tesoros incalculables que nadie puede escriturar ante notario ni exigir ante ningún juez. García Montero fue nombrado patrón de la Fundación Rafael Alberti en la primera etapa conducida por la Diputación de Cádiz. Muchas fueron sus aportaciones al conocimiento de la obra albertiana y a la difusión de la Generación del 27, desde la organización de congresos y exposiciones hasta la edición completa más rigurosa que se aventuraba del poeta gaditano, que por mezquinos y connubiales intereses no llegó a ver su definitivo final. Alberti quiso a Luis casi como un hijo, pero también lo respetó como poeta, tal como puede leerse en el prólogo de Diario cómplice. El amor fue mutuo, y puede afirmarse que, como amigo y catedrático universitario, García Montero ha dedicado muchas horas de su tiempo a la compañía, el cuidado y la investigación de su admirado Rafael.

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Desde hace casi una década Luis reparte el año entre Granada, Madrid y Rota, donde tiene una casa y vive el verano. No es gratuito ni caprichoso llamarle gaditano, de la misma manera que Manuel de Falla pasa por granadino. Al margen del reduccionismo que acarrean las etiquetas locales, la poesía de García Montero, más urbana que rural o marítima, huele a playa desde hace un tiempo, goza de una cierta atmósfera atlántica y comienza a estar encendida por la misma luz que iluminó a los versos de Alberti, que no es otra que la de la Bahía.

Ayer se presentó en Cádiz, Vista cansada, su último poemario, junto a su ensayo Inquietudes bárbaras. A través de la metáfora del primer título, nuestro poeta se reafirma en su poética, pero no ya de la experiencia, sino motivada por la experiencia, por la madurez de la edad, contemplando su mundo a través de unas lentes que le acercan a la realidad, al tiempo que le descubren otros rincones secretos, que quizás antes pasaban desapercibidos. Es un libro de gratitud y lleno de generosidad, donde las fuerzas enfrentadas encuentran un punto de complicidad, comprensión y amor. Un libro tocado por la brisa del mar y por el ritmo de sus olas, amable y veraz al tiempo, que afianza al autor una vez más como poeta y como gaditano de honor.