AL HILO. El salmantino Eduardo Gallo remata un natural en la tarde de ayer en Bilbao. / EFE
Cultura

Las ganitas de Eduardo Gallo

Discreto espectáculo en las Corridas Generales de Bilbao ante una noble pero apagada corrida de Torrealta

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Derribaron los dos primeros toros de la corrida de Torrealta y el segundo llegó a tener a la vez dos caballos en el suelo. Pero ninguno de los dos hizo pelea de bravo propiamente. Con el cuello les pudo a los dos caballos el segundo, que descabalgó, además, a los dos picadores. Barroso hijo cayó al descubierto y Manzanares apareció de pronto para quitar al toro en el momento preciso. No se sabe si el toro iba o no a hacer por el picador inerme. El quite fue excelente. Después de gatear, el toro esperó en banderillas -y Juan José Trujillo le prendió dos pares excelentes-, se paró sin descolgar y estuvo rajadito a las primeras de cambio. Manso o mansito. Manzanares lo despachó sin apreturas ni apuros.

El primero, zurradito en dos puyazos, estuvo a punto de causar en varas un estrago. A punto solamente. Pudo con sus muchos kilos y su volumen. No se le adivinaba la resistencia que al cabo tuvo. Sin llegar a atacar, fue toro con marchita. Se dejó manejar. El Cid, encogido en este embroque o aquel, le pegó más calambrazos que otra cosa. Se jalearon tres muletazos cambiados por alto pero hilvanados en la misma serie. Abierto y despegado El Cid, fácil pero sin apostar. Intentos no cumplidos de circulares cambiados, que nunca le terminan de salir. Combate nulo. Un pinchazo, una estocada. Con la gente a favor de obra.

Saltaron en la corrida dos toros bajitos y rechonchos, algo ahogados. Uno de ellos fue el tercero, que ni empujó ni peleó en el caballo, que escarbó y casi se desparrama en un primer respingo nervioso. Toro de buen aire. No mucha fuerza, y por eso se rebotaba y rebrincaba. Dócil, muy noble. Era turno de Eduardo Gallo. Brindis al público, torero en los medios para sostener al toro donde mejor iba a resistir y darse. Sólo que la faena, sin la menor pausa, pecó por exceso. Este toro pedía tiempo y aire. Aire o espacio, las dos cosas. Muy encima de él Gallo, firme y tesonero.

Más fuera que dentro de los terrenos del toro, que lo descubrió en el primer cite en uve pero perdonó. Sencillo el trabajo. De codos y caderas, pero de no irse de la cara del toro nunca Gallo. Pero sin descararse propiamente. Una estocada sin puntilla. Al ver rodar al toro redondo, se animó a pedir la oreja una mayoría suficiente.

Ese fue el único momento de relativo entusiasmo en toda la tarde. La segunda mitad de fiesta no fue ni mejor ni peor que la primera. Casi igual de plana. De amplias culata y pechuga, muy cortas las manos, el cuarto dio la media de la corrida: bonanza, nobleza, poquito motor, linda fachada, dos puntas bien afiladas. No hubo pelea. Ni El Cid, en tácita renuncia, se complicó la vida, sino todo lo contrario; ni el toro le pidió cuentas. Periférico trasteo. Más de quitarse que de ponerse el torero, que prefirió dejar a su aire al toro. Una estocada desprendida. Un descabello.

El quinto fue compañero del tercero: cortito, gordito. Bizco, acodado, ni mucho ni poco trapío. Estaba desencuadernado. Las manos por delante, justísimas fuerzas. Mientras se calculaba si el toro sería o no devuelto, descargó un chaparrón a pleno sol. Salvado por la campana, muy mugidor, el toro perdió las manos más de una vez. Ni trote ni galope. La docilidad de los demás, pero en diminutivo. Como no se podía uno pelear y además estaba cayendo una manta de agua, Manzanares hizo como que sí pero como que no. Un pinchazo, una estocada trasera pero sin puntilla y de pronto estaba la cosa terminando.

Un sexto bien empaquetado, moñudo, estrechas sienes, muy astifino. Distraído, la cara a media altura. Parecía que iba a despabilarse, pero protestó en banderillas. La muleta atrás, Gallo trató de torear con la voz o tocando por fuera en medios muletazos rápidos. Nadie le había puesto ni una gota de ilusión a nada en toda la tarde. Salvo el propio Gallo en el primer turno. Y la cosa fue en este otro trance mera rutina.