Cultura

La Gioconda visita al dermatólogo

Una tesis realizada en Cádiz desvela las enfermedades de la piel de los personajes pictóricos

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La Mona Lisa padecía de dermatitis atópica. Si eran pocos los enigmas que rodeaban al retrato más famoso de la historia, a su autor y al personaje que representa, ahora se les suma la hipótesis de que la dama sufría esta enfermedad de la piel caracterizada por el enrojecimiento, picor intenso y sequedad de la piel. A pesar de los múltiples estudios científicos a los que se ha sometido el cuadro, aún se desconoce la identidad de la Gioconda -según los expertos podría tratarse de Lisa Gherardina, esposa del comerciante Francesco del Giocondo-, el estado de ánimo que transmite -hay toda una literatura sobre la sonrisa de la Mona Lisa-, el supuesto embarazo de la madonna o la intencionada ambigüedad de sus rasgos faciales. Puede que da Vinci acentuara la extraña belleza de la modelo con la representación de una piel poco atractiva.

Sin embargo, la misteriosa Mona Lisa no es el único personaje pictórico reflejado con tal detalle que se pueden observar los eczemas, comezones o escamaciones típicos de las lesiones cutáneas. Esta es la conclusión a la que ha llegado la alemana Geltrud Drandl en su tesis Dermatología y Arte realizada en la Universidad de Cádiz bajo la supervisión del profesor Joaquín Calap. Además de las curiosidades que aporta a la historia del arte, el estudio de la dermatóloga, el primero en España sobre esta temática, reviste una gran importancia desde el punto de vista docente, ya que su compilación servirá, según ha destacado el doctor Calap, para «ilustrar de una manera precisa las lecciones de dermatología que se imparten en las universidades españolas».

La dermatóloga germana ha empleado los dos últimos años en revisar cientos de obras pertenecientes a algunas de las pinacotecas más importantes de Europa -Louvre, Prado, Museo de Bellas Artes de Sevilla y la Iglesia de la Caridad de la capital hispalense-. Tras su análisis, ha podido confirmar la presencia de más de una docena de afecciones de la piel repartidas en veinticinco obras universales. El realismo que Leonardo, Bartolomé Esteban Murillo, Francisco de Goya o Ghirlandaio imprimieron a sus pinceles se comprueba también en los rostros, cuero cabelludo y dermis de su personajes.

En el caso de la Mona Lisa, la presencia de la dermatitis atópica se justifica por la hinchazón que se observa en la parte inferior de su párpado, formando un doble pliegue. «Se trata de una enfermedad asociada a personas con un nivel de inteligencia superior al resto», comenta el doctor Calap, una circunstancia que alimenta aún más el mito de la dama de Leonardo da Vinci.

Realismo intencionado

No es casual que estos autores se sirvieran de los padecimientos de los retratados. Muchas de estas enfermedades caracterizan la estratificación social de las épocas en que fueron pintados los cuadros. En otras ocasiones, sin embargo, han valido como excusa para lanzar mensajes universales, satirizar a los personajes o remarcarles su edad.

A mediados del siglo XVII, Miguel de Mañara, artífice de la decoración de la Iglesia de la Caridad de Sevilla, solicitó a Murillo una obra pictórica que transmitiera a los fieles sentimientos de devoción y misericordia hacia el prójimo. El pintor escogió como benefactora a Santa Isabel de Hungría y como desfavorecidos, a unos niños a los que, precisamente, pintó con unas tiñas en el cuero cabelludo. La santa lava la cabeza de un joven asistida por varias damas que visten elegantes trajes, en contraste con la pobreza de los ropajes de los tiñosos. El hedor que desprenden las placas descamativas típicas de la enfermedad obliga a la santa a retirar su cabeza mientras asea a los muchachos.

Para Ignacio Hermoso, conservador del Museo de Bellas Artes de Sevilla, el reflejo de los signos de las enfermedades cutáneas es fruto del estilo pictórico de los artistas. «La gran mayoría de las obras del Barroco, entre ellas las de Murillo, se caracterizan por el realismo, los autores salían a la calle a buscar a personajes para representarlos con detalle». En cuanto a la técnica que empleaban los pintores para mostrar fielmente lo que observaban, el conservador no deja lugar a dudas: «La habilidad y el ingenio de Murillo hicieron el resto» -comenta-, «el pintor del XVII no pretende ridiculizar lo feo, sino alzar lo real a la categoría de noble».

La cara del anciano que Ghirlandaio retrató junto a su nieto muestra los síntomas que provoca el rinofima en los pacientes. Es un trastorno relativamente poco común que consiste en el engrosamiento de la piel de la nariz y la presencia de numerosas glándulas sebáceas.

Goya manifestó con sus pinceles el poco afecto que sentía por Doña Josefa, la hermana de Carlos IV, al representarla con un rostro de aspecto brujesco en el famoso retrato familiar encargado por el monarca. Una notable mancha negra en la cara sirvió al pintor para destacar la fealdad de la infanta. A pesar de que la primera hipótesis apuntara a la presencia de un melanoma maligno, análisis más rigurosos arrojaron que Doña Josefa padecía de queratosis seborreica, una patología asociada, sobre todo, a pacientes de más de sesenta años.

En el lienzo La boda el artista zaragozano caricaturiza los modelos típicos de la época y muestra su desprecio por la sociedad de clases que imperaba entonces. Las tiñas en el cuero cabelludo, asociadas sobre todo a la falta de higiene, se combinan con los trapos harapientos para reflejar la clase social a la que pertenecen los niños que acompañan a la comitiva nupcial.

La edad de Los cuatro evangelistas se diferencia en la obra de Jacob Jordaens a través de los rasgos de su piel. Los apóstoles ancianos presentan, según indica la tesis, los síntomas del síndrome de Favre-Rocouchot. Esta condición se caracteriza por la presencia de comezones abiertos y cerrados y por profundas arrugas y surcos de la piel. Su aparición se debe, sobro todo, a largas exposiciones al sol y a la intemperie.

La lista de obras continúa hasta llegar a la veintena. Afine la vista la próxima vez que visite un museo. Dicen que los cuadros hablan y ahora, su piel, también.

vidayocio@lavozdigital.es