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Los últimos supervivientes revivieron con tristeza el 60 aniversario de la explosión

Murieron 152 personas, según cifras oficiales que algunos supervivientes no se creen; hubo 5.000 heridos y 2.000 edificios quedaron dañados

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Fue una de las mayores tragedias de la España de la posguerra. Para escarnio de los que murieron, de los que perdieron sus casas o a algún pariente, la muerte de Manolete -diez días más tarde- le sirvió al Régimen para que en toda España dejara de hablarse del accidente de Cádiz y pasara a hablarse del mito. Ironías de la vida. Ciento cincuenta y dos muertos pesaban menos que uno. Como en aquella invasión de los ingleses y holandeses tres siglos y medio antes, Cádiz quedó tocada, pero se recuperó lamiéndose las heridas y resurgiendo de las cenizas.

Murieron 152, según cifras oficiales que algunos supervivientes no se creen; hubo 5.000 heridos y 2.000 edificios quedaron dañados. Hasta las puertas de la Catedral fueron arrancadas de cuajo. No quedó ni un cristal en pie y durante años, muchos volcaron sus esfuerzos en no recordar.

Cádiz, el casco antiguo, se salvó por los glacis y las murallas, y los muertos no fueron más porque en aquellos tiempos Puertatierra era pleno campo y estaba poblada por algunos chalés y pequeñas barriadas.

Seis décadas han pasado y los historiadores aún no se ponen de acuerdo. Todos los documentos oficiales hablan de un accidente y después, con la llegada de la democracia, además de confirmar la tesis pudo hablarse abiertamente de la negligencia de tener esas bombas incautadas al bando republicano en una zona urbana. A escasos metros de la casa cuna donde vivían decenas de niños huérfanos o abandonados.

La historia, la triste historia, podría resumirse así: hubo una explosión en el depósito de bombas de la Base de Defensas Submarinas, dependencia anexa al Instituto Hidrográfico de la Marina, en pleno barrio de San Severiano. Oficialmente, la causa fue un accidente. Nunca se amonestó públicamente a nadie. Pero tampoco se condecoró a los que socorrieron a las víctimas y se portaron como auténticos héroes al adentrarse en el epicentro de la deflagración para tratar de evitar nuevas explosiones (el Almirante Pery Junquera y otros más).

Se han elaborado teorías de la conspiración para todos los gustos: la barca que algunos pescadores vieron alejarse pocos minutos después, con las luces apagadas. La carta de aquel anarquista que días antes de la tragedia hablaba de preparar una acción en Cádiz que aparecería en las noticias mundiales. Historias de espías, de suplantación de la identidad, de pistas dejadas en pensiones. Tal y como reconoce Jesús Díaz, la historia da para un guión de película, con sucesivas sagas.

Pero también no es menos cierto que tras la explosión, llegó el dinero y la mano de obra para reconstruir la capital y que de aquel accidente surgió la ciudad moderna de Extramuros y toda la expansión que promovió José León de Carranza.

«A los jóvenes ahora no les interesan estas historias», se lamenta uno de los supervivientes que se ha empeñado en borrar de su memoria la imagen de su hermano muerto.

Para hoy el Ayuntamiento ha organizado un sencillo homenaje en el monumento que se levantó después en San Severiano en recuerdo de las víctimas. Piezas musicales que interpretarán varios cuartetos. Música clásica para una fecha que muchos quisieran no haber vivido. Dentro de otros sesenta años, la explosión ya sólo será pasto de los libros de historia.